Faltan apenas días para las Fiestas. Y aunque por estas tierras no se viva el vibrante clima navideño que parece transmutar la vida en otras, también aquí será imposible pasar de ellas. Habrá gente, mucha, pero mucha gente en los negocios y calles de la ciudad, costará conseguir un taxi, empezarán los complejos conciliábulos familiares para decidir dónde y con quiénes será el festejo. Y reaparecerán, con la misma e inusitada fuerza de todos los años, los debes y haberes, amores y rencores, lo que pudimos y o que no. Si un calendario rige nuestras vidas, el que transcurre durante las Fiestas lo hace de manera implacable. Así que mejor no calzarse la armadura, sino aflojar. Que la fiesta, religiosa o pagana, se hará igual, con o sin nuestro permiso: se consumirán como en un potlach buena parte de los ahorros del año para comprar regalos, ingentes cantidades de comida, botellas de lo que sea. Pero a no desesperar: como siempre, después llegará enero y sólo faltarán los Reyes Magos, esos discretos, silenciosos epílogos del festejo. Y por delante quedarán, reponedores, el verano tórrido, las calles vacías, el tiempo de la siesta.