Son las 7.10. El primero en entrar es un señor que arrastra un changuito de los mandados lleno de botellas vacías que se chocan unas con otras en el traqueteo. Los empleados cuentan que a veces viene acompañado de su hijo chiquito al que anotan en la planilla como uno más y le prestan revistas de dinosaurios para que lea mientras espera a su papá. Esta vez el señor vino solo. Como todos, los días, lee Ámbito Financiero. A su lado otro señor se corta las uñas como si estuviera en su casa, mientras lee el Buenos Aires Herald. En la sala de lectura son casi todos varones. La única dama aquí es Sara. Sara es hija de madre croata, elegante y refinada. En su forma de hablar, en el estilo de mover sus manos y en la fragancia que se siente cuando se acerca a saludar se intuye que pudo haber pertenecido a una familia de la aristocracia. Ella es muy agradecida y recalca cada vez que puede lo bien que la tratan y la paciencia que le tienen Vero (Laurino), la Mer (Mercedes Coiutti) y Juan (Juan Manuel Echevarría) tres de los empleados que cubren el turno mañana en la Hemeroteca.
Un hombre se levanta de la mesa del fondo para pedir una fotocopia de la Claringrilla. “Tiene pasión por los crucigramas”, diagnostica Laurino —que es una observadora hasta del más mínimo detalle de los usuarios—y abunda: “A veces le prestamos diarios viejos y le dejamos que los complete ahí mismo sin necesidad de sacar una copia”.
Rubén, Luis y un hombre serio están sentados en la mesa de consulta de documentos históricos. Enrique y Luis se aferran cada uno a una encuadernación gigante tamaño sábana de La Capital. El hombre serio y silencioso lee el Clarín del día. No cuchichean, no se miran. Toman notas, leen. Menos el hombre serio que se encorva cada vez más sobre el periódico de hoy. Lee, pero no escribe nada. “Esta es la mesa de los galanes”, dice con una sonrisa pícara Rubén e invita a sentarse. Desde hace quince años los tres comparten ahí casi todas las mañanas.
Luis se define como investigador, aunque aclara que “sólo por hobby”. Un día como hoy, pero como viene haciendo en los últimos diez años, Luis lee sobre la Segunda Guerra Mundial. Cuenta que repasa artículos de La Capital, La Nación, La Acción, Reacción, La Tribuna, Crónica y República, y sostiene: “A veces encuentro cosas que no están ni siquiera en los libros”. Luis es lo más parecido al alumno prolijo y aplicado. Lleva un pulóver de hilo color manteca impecable, debajo una camisa a cuadros abrochada hasta el último botón y en la mano una cartuchera con lápices, regla y varios bolígrafos. Sobre la mesa apoya una carpeta de tapa transparente con hojas oficio donde escribe con letra clara y a dos colores (en rojo y negro) los datos que le interesan.
Rubén tiene la barba crecida de un día, lleva puesta una camisa leñadora y una gorra que dice Fibertel. Lee La Capital del 8 de mayo de 1945. “Créase o no, ya se había dado una película de Mirtha Legrand. Digo, por si vos creías que era una piba”, dice y vuelve a sonreír. Rubén es investigador y ya lleva varios artículos publicados en la revista Rosario, su Historia y Región.
Antes, Rubén sacaba fotos de la página del diario, las subía a su computadora e iba escribiendo en Word lo que le interesaba. Pero desde que le robaron cámara y computadora volvió a la Bic azul y al papel. “Tomo nota de lo más importante”, repite como un mantra. ¿Y qué es lo más importante para Rubén? “Lo más importante es lo que la gente puede recordar. El ser humano es nostálgico”, sostiene. Y la sentencia se cumple, al menos en él, que se emociona al ver las viejas publicidades de página entera de la ya desaparecida tienda Beige de Sarmiento 829 y la cartelera que incluía todavía en esa época al cine Radar.
Para Rubén todo tiene que ver con todo. Y por eso rastrea el resultado del clásico entre Newell’s y Central del domingo anterior al día de la rendición alemana en la Segunda Guerra Mundial. Dice que el bendito dato —que pese a dar vuelta y vuelta la páginas no aparece— le aportará algo a su nueva nota, que tiene que ver con fútbol. Aunque no da detalles dice que tiene en mente entrevistar al Trinche Carlovich y a la familia de Messi. Pero como también le robaron el grabador anda buscando quién pueda facilitarle uno. “Vos tal vez podrías acompañarme con el tuyo, grabás la entrevista, me das la cinta y luego te la devuelvo”, lanza y agrega: “Te puede llegar a interesar. Pensalo”.
Enrique entra sonriente. Está jubilado y dice que lo consiguió al cumplir los 65 años gracias a la tía Cristina. Llega con un estuche de cámara de fotos que utiliza para transportar sus pertenencias: tarjeta de colectivo, anteojos y, cuando hace frío, bufanda. Dice que detesta la televisión y por eso se informa sólo con el diario y los portales de noticias. “A la mañana apenas me levanto veo las tapas en internet y después de desayunar vengo acá para leer aquellos títulos que me interesaron. Nunca estuve en política pero en estos años me empecé a interesar por las notas y las opiniones en torno a la política nacional”, cuenta mientras hojea el Página 12. Se sienta frente a Sara y ella no se puede contener. Después de saludarlo acota: “Él no lo dice, pero es escritor. Que te cuente, querida, que te cuente”.
Dardo tiene la piel morena y curtida como quienes trabajan a la intemperie o en la calle. Se notan en su cara las marcas del frío y el sol. Es mendocino y relata que tenía la costumbre de ir al sector de computadoras de la Biblioteca Argentina (por calle Presidente Roca) para leer los diarios. Un día le comentaron de la existencia de la Hemeroteca y a partir de ahí se mudó. Aunque es visiblemente más joven que los demás se convirtió por su asistencia perfecta en uno del grupo de los estables.
Entre los lectores que parecen fuera de época se mezclan dos chicos con ropa deportiva y gorrita con visera que no pasan de los 19 años. Piden los clasificados y se sientan. En la calle cualquiera los seguiría buen rato con mirada desconfiada. Pero acá, en el salón de lectura de la Hemeroteca, no hay ojos selectivos salvo cuando se trata de clasificar diarios y noticias.
No cuchichean, no se miran. Toman notas, leen. Nadie levanta la vista del diario. Como los demás, los pibes sacan birome y papel. Toman nota y cuchichean entre ellos. Una de las empleadas los observa desde atrás del mostrador y dice: “Vienen casi siempre los lunes, aunque a veces recién aparecen un martes. Claramente están buscando trabajo. Pobrecitos. Ojalá encuentren”. Es que encontrar es la palabra clave en este sitio y de eso sabe bastante Leandro Guzmán, entrerriano, que trabaja en la Hemeroteca desde hace 30 años. Cuenta que llegó casi por casualidad cuando quedó sin empleo en la casa de zapatos Calzacuer. Primero entró a la Biblioteca Argentina, donde trabajaba hasta el mediodía, y luego se iba al Sunderland, donde fue mozo durante varios años. Impulsado por una vieja directora de la institución hizo la formación de bibliotecario y más tarde le ofrecieron el traslado a la Hemeroteca, a la que no cambia por nada.
Bajo su poder se encuentran los materiales de archivo que cuida como un perro guardián. Recuerda que hace ya muchos años encontró a un señor de edad recortando con trincheta un artículo deportivo. “Le salté a la yugular. Me puse loco. Lo denuncié en la dirección pero al final no pudieron hacer nada porque al parecer tenía sus contactos. Eso sí, por acá no volvió a aparecer”, dice todavía con los ojos encendidos de enojo.
Con los lectores Leandro comparte la curiosidad. Si los amantes del papel se interesan por todo aquello impreso que pasa delante de sus ojos, Leandro no puede dejar de preguntar todo acerca de aquello que están buscando. “Soy cauteloso pero me meto. Si quieren información de un hecho que no recuerdan cuando ocurrió les interrogo si fue en verano o en invierno. Voy al hueso, quiero que se vayan rápido y con la información precisa. El tiempo es precioso y me gusta trabajar así”, explica.
Es así que fue testigo de las situaciones más variadas. Un día se emocionó con un viejo boxeador que llegó para buscar una de sus hazañas deportivas publicada en un viejo diario. “También vinieron extranjeros a buscar datos. Investigadores de España querían información sobre el Tata Martino, de Cuba sobre el Che Guevara, y varios historiadores de afuera preguntando por Lisandro de la Torre”, cuenta mientras le entrega a Verónica —antropóloga del sindicato de Trabajadores Frigoríficos— una encuadernación de tapa dura que reúne varias ediciones de La Capital. Ella cuenta que estudia la resistencia peronista para una investigación del centro de estudios de ese gremio.
La guerra de Malvinas y los años setenta también son los materiales más buscados, según Leandro. “Muchos quieren saber qué fue lo que se publicó el día que los llevaron detenidos en los años de la última dictadura”, abundó.
Entre los momentos que siempre recuerda de su trabajo en la Hemeroteca está aquel que le ocurrió a fines de los 90 cuando un joven le pidió La Capital de 1977. “Le pregunté qué estaba buscando en particular porque notaba en la expresión de su cara que lo que quería no lo encontraba. Y me dijo que necesitaba una foto del teniente coronel Carlos Miguel Landoni. Lo ayudé hasta encontrarla porque casualmente lo conocía. El pibe se la llevó, le sacó una fotocopia y al otro día le hicieron un escrache empapelando toda la ciudad con su cara. El pibe se llamaba Eduardo, luego supe que era Eduardo Toniolli (dirigente de Hijos en ese entonces y actual diputado provincial)”, relata con los ojos vidriosos.
Una estudiante secundaria, la primera en toda la mañana, se apoya en el mostrador y pide materiales del Mercosur. Mercedes y Verónica se empujan para atenderla. Una de las dos toma la caja de recortes dedicados especialmente a los alumnos y en eso se corta la luz. “Vas a tener que llevarlos a una fotocopiadora de afuera por el apagón, sino te las sacábamos acá”, le dicen a coro.
Por el vitraux la luz de la mañana sigue alumbrando la sala de lectura. Los amantes del papel no se inmutan. No preguntan ni siquiera qué pasó. No cuchichean, no se miran. Toman notas, leen. Irrumpe un grupo de delegados del sindicato de trabajadores municipales para ver el estado del edificio y revisar el sector clausurado por peligro de derrumbe. Los lectores siguen en lo suyo: los ojos en el diario, los dedos llenos de tinta. La luz sigue sin volver. El señor que llegó temprano con el changuito de compras al final es quien rompe el silencio. Se pone a andar y las botellas se mueven y se chocan unas con otras. Como todos los días el señor buscará las ofertas del súper para volver a su casa con las botellas llenas y el diario leído.