"Hay un discurso que le ha dado un lugar de privilegio al juego como actividad motivadora y que facilita determinados aprendizajes. Esa idea responde a un discurso dominante que ubica al juego como recurso educativo. Pero además de un recurso, el juego es un derecho, y a ejercer este derecho se aprende en la escuela". El que habla es el profesor Víctor Pavía, magíster en teorías y políticas de la recreación, de la Universidad del Comahue, profesor de educación física que integra el Grupo de Estudio sobre Juego y Educación del Comahue (Neuquén), y autor del libro "Formas del juego y modos de jugar" (Ediciones Amsafé), de distribución gratuita en la escuelas de la provincia. Advierte además que "hay niños y niñas de 3, 4 y 5 años con carencias lúdicas"
Invitado por Amsafé provincial, desde abril desarrolla una propuesta de formación con los maestros santafesinos, basada en lo que se conoce como investigación-acción, un ida y vuelta entre teoría y práctica, donde la academia se encuentra con el hacer cotidiano. Y en este caso, sobre algo tan vinculado a la infancia y la educación, como es el juego.
—¿No es común que el magisterio se quede en la práctica, sin tiempo para la reflexión teórica?
—Sí, y es muy de la Universidad quedarse en los foros investigativos. Esto a mí me ha creado una zona de compromiso con los compañeros que están en la escuela por un lado, y con la tradición universitaria de construir conocimiento, por otro. Después de muchos años de trabajo ya no puedo pensar por separado teoría y práctica. No me imagino a alguien que está todo el día en la escuela sin tiempo para analizar críticamente lo que está haciendo. Y no me imagino a nadie que esté en la Universidad analizando críticamente la educación, sin estar elaborando estrategias de cambio. Tampoco me imagino trabajando en soledad; sí siempre intercambiando con un interlocutor.
—Hay coincidencias en afirmar que el mejor aprendizaje se da intercambiando con otros, en el encuentro y en el ir y venir sobre lo hecho.
—Sí, es así. El aprendizaje es un constante querer sacarle lustre a dos o tres ideas que uno tiene desde hace tiempo, y para eso lo que necesitan son interlocutores válidos para construir. No creo en la educación como un ejercicio individual. Entonces si la educación es construir proyectos colectivos, el aprendizaje es un proyecto con otro. No tiene sentido sino es aprender con otros para un proyecto común.
—En esa concepción que tiene de la educación, ¿qué lugar ocupa el juego?
—En educación el término "juego" ocupa también espacios disímiles. Hay un discurso dominante que le ha dado un lugar de privilegio al juego en tanto se descubrió que es una actividad motivadora y que facilita determinados aprendizajes. Esa idea responde a un discurso dominante que ubica al juego como recurso educativo. Pero además de un recurso, el juego es un derecho, y a ejercer este derecho se aprende en la escuela. Por tanto yo también rompo con esa idea de que el juego es una especie de actividad natural que viene incorporada con nosotros, del propio nacimiento. El juego es un aprendizaje social que se va haciendo con el papá, la mamá, el hermano o con el sonar de un sonajero. Sin embargo, hay muchos nenes y nenas que actualmente no tienen compañía lúdica o su única compañía es la máquina.
—¿No se juega también con las máquinas?
—Pero con la máquina no tenés proyectos en común. Por eso quiero subrayar la idea de que uno está parado ideológicamente en la construcción de proyectos colectivos, no en el juego como una acción individual. De allí que ponemos en discusión que eso que se creía tan natural no lo es y que muchos niños y niñas de 3, 4 o 5 años tienen carencias lúdicas. No han tenido oportunidad de estar con otros. El jardín, la escuela primaria es un espacio donde los nenes y nenas también van a aprender a jugar. No es que van a aprender a través del juego solamente, sino a aprender a jugar.
—¿Y cómo se aprende?
—El juego tiene mucho de encuentro con la literatura, con la música, con la plástica. Es decir, el lugar del juego, en el sistema educativo es también el espacio para disfrutar de la emoción, sin temor a las consecuencias. Los chicos tienen que tener la posibilidad de fantasear, de crear, con el permiso de decir "bueno, estoy jugando"; y darse así permiso para explorar, crear, inventar, fracasar, ensayar. Bueno, ese es el lugar del juego.
—Entonces, ¿los docentes han perdido la capacidad de ver al juego como un derecho y lo ven sólo como un recurso educativo?
—No, no la han perdido, es muy posible que no la hayan incorporado, porque el discurso dominante en la formación docente es el del recurso. Pero soy sumamente optimista. El sistema educativo está redescubriendo el lugar de lo lúdico. Nosotros somos una sociedad, en general, poco lúdica, si entendemos por lúdico esto de tener momentos de fantasía, de imaginación, de permiso, de inutilidad, de hacer algo sin que alguien pregunte "¿para qué sirve?". La escuela está redescubriendo eso. La educación está descubriendo estos espacios con estas características de fugaz, efímeros, sinsentido, y de que de vez en cuando tenemos derecho a delirar.