Dos posibilidades: o la columna que escribí la semana pasada tuvo más lectores
de lo habitual, o de verdad les pareció interesante. Es cierto,
no hubo comentarios de los usuarios (el que quiera tomarlo como un reproche...),
pero en mi círculo más cercano de amigos y conocidos varios
me hicieron saber de su interés en el tema de la columna titulada "
Nada como la vida
real".
Escribí sobre el uso
emocional de las nuevas tecnologías, apropiarse de las ventajas de internet sin perder
humanidad, sin abandonar los
antiguos placeres, como leer un libro, viajar, salir de compras, encontrar un disco en una
batea y sentarse a tomar una cerveza con amigos.
Claro, somos todos
gerontes digitales (en rigor, inmigrantes digitales), de los que crecimos sin mouse ni
Windows. Quizás solamente sea
una cuestión de nostalgia de aquellos que, ya grandecitos, nos vimos obligados a
no quedarnos afuera del avance tecnológico. Probablemente
sea el miedo a perderse entre ceros y unos, la ansiedad de saber que un monitor
de computadora nos deja ver pero no tocar, sentir.
Una "colega" de estas columnas acaba de pisar Rosario luego de un viaje por
Europa. "Hacen todo a través de internet", dijo, sorprendida.
Bueno, no todo: se refería a que en el mundo del norte ya perdieron el miedo a
ingresar los datos de sus tarjetas de crédito en una página web.
Y que no tienen problemas en exponer sus vidas on line, al alcance de cualquier
habitante del planeta tierra que tenga una conexión a internet.
Una amiga está pensando seriamente en retirarse con elegancia de Facebook. Por
estas latitudes recién estamos descubriendo este tipo de
redes sociales, y cada día aparece alguien nuevo en el círculo de amigos
digitales, de esos que uno jamás se imaginó que iba a dar el
presente en esos universos virtuales. A tal punto está extendido el uso de este
servicio que hace unos días me sorprendí de que un diario
hablara de Facebook sin necesidad de explicar de qué se trataba.
Lo cierto es que amiga no está muy cómoda con su exposición online. "Facebook es
demasiado vigilante", sostiene con cara de
esto-no-es-para-mí. También escuché por estos días a alguien que, según sus
propias palabras, está esperando que desaparezcan los
servidores que tienen algún dato suyo. Lo que quiere es que Google no diga nada
sobre él, apenas ser una persona de carne y hueso, sin
identidad virtual.
Insisto: es un mal de los que llegamos a internet ya con unos años encima. Somos
desconfiados por naturaleza. Los nativos digitales no se
hacen tanto problema y quizás jamás tengan dudas existenciales del tipo: ¿quién
habrá visto mi foto? ¿Y si algún conocido la baja a su
computadora? ¿Y para qué quiere saber Facebook cuál es mi inclinación política?
¿Y si un desconocido se encuentra con mis datos en la
Anses?
Un tal Genís Roca es un conocido inmigrante digital bastante bien adaptado. Se
le nota en los usos que hace de internet: tiene cuentas en D
el.icio.us, Linkedin, Xing, Facebook, Cocomment, Twitter, Dopplr, Google Reader,
Slideshare, YouTube, Flickr... Y dice cosas como que no se
puede evitar salir en internet, es mejor aprovechar la web que tratar de luchar
contra lo imposible. Y también asegura que los nativos digitales dominan los medios de producción
digital, utilizan la red como elemento socializador, usan "el mundo como terreno de juego", dan
importancia a la identidad digital, y aprenden "en red y de la red".
Habrá que aprender de los nativos digitales. Y de Genís Roca.