Una interminable trama de especulaciones, ríos de tinta, palabras y más palabras tiradas al éter con audacia o interés en orientar climas políticos, tuvieron finalmente su “hora de cierre” el pasado domingo a la hora cero. Contra la fatigante tesis opositora de que Cristina Kirchner se protegería con un cargo legislativo —y los fueros que lo acompañan—, CFK no será candidata a nada. Pareciera que no teme a ir presa o, más razonablemente, siente que no tiene ni tendrá motivos para que suceda una catástrofe de esas características en su recorrido vital y como dirigente.
Más bien por el contrario, la presidenta contó con el enorme poder que le permitió diseñar y aplicar un criterio sorpresivo, audaz y posiblemente muy eficaz para conseguir que el frente político que conduce honre fielmente su nombre: “Para la Victoria”. Un plan que desequilibró a Florencio Randazzo e incomodó a otros: el progresismo, la izquierda kirchnerista, no peronista y peronista también. Cristina desplegó una clase de conducción política que se perfeccionará (o no) si consigue que la película completa sea exitosa: ganando las elecciones que vienen, y luego concordando con cuatro años de gestión sciolista.
“El momento electoral es un momento cuantitativo, el de gobernar es cualitativo”, recordó a Perón un intelectual y dirigente kirchnerista ante este cronista, a propósito de la jugada presidencial de bendecir a la fórmula Daniel Scioli-Carlos Zannini. La jefa de un movimiento político que empujó de manera encomiable los límites de “lo que se puede y no se puede hacer en la Argentina”, que construyó nuevos momentos de evolución cultural en el promedio de los argentinos, ahora aceptó un límite. Y lo fue a buscar a Scioli.
El kirchnerismo pudo muchas cosas en 12 años, más que nadie en los últimos 60, pero no consiguió para sucederse un candidato con mayores cualidades ideológicas (y está por verse si operativas y de gestión), que tenga, además, la virtud que reúne el gobernador de Buenos Aires: asegurar 10 millones de votos en agosto y en octubre próximos.
A la fórmula presidencial única le sucedieron listas únicas de diputados y senadores en todo el país, y tal vez como excepción las dos listas a gobernador y vice en la provincia de Buenos Aires, que fue producto de un equívoco más que de una vocación: la decisión del ministro Randazzo al no aceptar la candidatura única a gobernador, territorio dónde tenía 52% de intención de voto.
Como en todo cierre de listas se generaron heridas y, a la vez, gente elegida que no duda en sentirse “orgullosa”. Un diputado nacional del kirchnerismo explicó: “Con listas únicas es muy difícil contener a todos. Mucha gente valiosa se queda afuera. El FpV tiene unos 75 diputados que se van y no será fácil renovar todos esos lugares, sobre todo cuando se prioriza un recambio generacional a través de La Cámpora, que es la organización de la presidenta”.
El resultado estratégico de meter a los jóvenes en la Cámara baja se podrá medir con el tiempo. La organización de conduce Máximo Kirchner (que llegará casi con seguridad a Diputados desde Santa Cruz) contará con uno de cada cuatro diputados que integrarán el FpV.
El “PJ”, no camporista, tendrá en Scioli a un presidente ideológica y estéticamente más cercano. Ya no será hegemónico como en otros tiempos peronistas, mucho menos con CFK ejerciendo el poder desde el límite del Estado. Pero aun así, será numéricamente relevante. Entre esos dos universos: el camporista (CFK) y el pejotismo tradicional (Scioli) se tejió en el último semestre la alianza que quedó plasmada en la fórmula única.
Sin embargo, peligrosamente para la alianza gobernante, una pregunta no ha sido formulada y menos contestada: ¿qué pasa con los muchos sectores que no son “camporismo” ni “pejotismo”? y que han puesto sudor y lágrimas en la larga década K. Las alianzas de poder, el kirchnerismo es claro ejemplo, contienen muchos matices, zonas, intereses, trayectorias. Y la negociación política y de las listas se cura en salud cuando circula en redondo y no sólo entre dos partes.