En los ochenta era sólo un andén donde bajar presuroso para tomar el 51 y llegar más rápido al centro. Al tren aún le quedaba recorrer un largo trayecto hasta la estación Rosario Norte. Era una incursión peligrosa. El guarda pedía bajar las persianas de metal y el convoy siempre era recibido a los piedrazos.
Bajar en el Apeadero J.C Groenewold era entonces una interesante propuesta para zafar de la calurosa bienvenida rosarina y ahorrar varios minutos del viaje.
Lo primero que se veía al llegar era la comisaría, casi en diagonal con la vía. Enfrente, un gran salón que después supo ser supermercado. Uno de los tantos comercios que un día como hoy, pero de un caluroso diciembre de 2001, colocó varios volquetes en el ingreso para evitar los saqueos.
En aquellos tumultuosos días el Apeadero ya no tenía actividad. El andén había sido restaurado por unos inquietos vecinos preocupados por la decadencia en la que estaba inmerso el barrio. Pero las restauraciones duraban poco. El abandono se empeñaba en ganarles la partida.
Improvisados ranchos de chapa habían tomado por asalto los terrenos ferroviarios y la vieja parada del tren se había convertido en un aguantadero.
Aquella tarde de 2001, los recuerdos del guarda anunciando a los gritos la llegada a la primera parada de Rosario se mezclaban con el ruido de las balas policiales que intentaban dispersar a la muchedumbre.
El barrio era un caos, como tantos otros en donde la gente arremetía contra comercios y desafiaba cualquier tipo de orden público.
Hoy, trece años después, esa misma barriada vuelve a creer. En aquella antigua parada ferroviaria ya despunta una moderna estación. Lejos de los sueños trasnochados del tren bala, ahora el proyecto es más concreto. Y este sector de la zona sur se pone de pie.
Los viejos vecinos, aquellos que la peleaban brocha en mano para evitar la decadencia de esa postergada zona de la ciudad, sin dudas estarán orgullosos. Y sí, el sur también existe.