Desde este año, la Escuela Media 497 se independizó y se levanta en el barrio conocido como
Estación El Gaucho como una oportunidad para que decenas de adolescentes puedan terminar su
secundario obligatorio. Comparte el edificio de la primaria Nº 154 Julio Bello, porque es allí
donde se originó. El año pasado sumó a los ex 8º y 9º años de la EGB, el tercer año del secundario
(que funcionaba como anexo de la Media Nº 350) y este año tomó entidad propia: ya cuenta por avance
con el 4º año y completará con el 5º en 2009.
Comparte los mismos problemas de los secundarios de zonas urbanas, entre ellos la deserción y
las dificultades en los aprendizajes. La directora Graciela Amaduri pone como ejemplo que “de
53 alumnos que empezaron este ciclo el tercer año del secundario, al 30 de agosto se contabilizaban
en el mismo grupo 39”. Entre las causas del abandono que enumera figuran los alumnos que
“se van porque juegan al fútbol (como deporte y elección de futuro), los que cambian de
escuela, los embarazos precoces, quienes no resisten los tiempos de estudio y los que se van a
trabajar”.
Voluntad y convivencia
La directora señala que en todos se nota “la voluntad de seguir estudiando”, pero
también las dificultades para mantenerse en las aulas. La tutora del tercer año, Rosana Targón,
coincide con esta apreciación: “Nuestra pelea por sostenerlos en la escuela es desigual,
muchos de los chicos necesitan trabajar o quieren hacerlo para disponer de su propio dinero para
comprarse ropa o pagarse salidas, un derecho que tienen todos los adolescentes”.
Una y otra señalan que es difícil inculcar el valor de la educación, cuyos beneficios se ven
a largo plazo y las necesidades de contar con un ingreso económico son inmediatas.
La diversidad que convive hoy en las escuelas secundarias se recoge en el relato de los
propios alumnos. Así, mientras, muy tímidamente los chicos de tercer año mencionan las materias que
prefieren o que no les gustan, Noelia, de 17 años, es la primera en levantar la mano para contar
que luego de la escuela trabaja un promedio de siete horas diarias, unas cuatro veces a la semana,
como cocinera y moza. Estudiar y trabajar al mismo tiempo es difícil de sostener para ella, pero lo
que gana contribuye a la economía familiar. En el mismo grupo, Fabián, sentando en la última fila
del salón, se anima a decir en voz alta que “el secundario es importante para aspirar a un
buen trabajo y a un futuro mejor”.