—Acababa de nacer mi hijo Ramón y yo quería escribir algo luminoso porque me daba apuro que algún día, lo primero que leyera de mí fueran historias como Siete y el Tigre Harapiento, que se acababa de publicar pero era brava. El asunto es que encima me quedé sin trabajo. Cuando uno saca un libro, la alegría que sentís es algo que no te van a quitar nunca. O al menos eso pensás. Pero después se me empezó a instalar la negrura. Yo pensaba que los villanos del trabajo eran los nuevos directivos. Pero resultó que hubo compañeros de esos en los que confiás que se vendieron por cargos, por más horas o por meter a un familiar. Ahí aprendí que no tenés que dejar el alma en el laburo salvo que ese laburo seas vos. Y yo, nobleza obliga, ya venía años insatisfecho en ese trabajo. Además me quería dedicar a escribir. Pero fue duro que me echaran. Así que, como te conté, fui a terapia y mi terapeuta me dijo que viera el momento como una oportunidad. Y lo que me salió es la historia de El Perro y El Pastor, que es una historia de traición.
—¿Se basa en personajes reales?
—No. Porque hay narración y juego. Pero no sólo en Chamamé sino en todo lo que escribo. Para crear personajes meto cosas que conocí, personas que uno también fue. Lai siempre decía que no hay que juzgar a los personajes, que ellos tienen que hacer lo que la historia requiera. Para empatizar con mis personajes, tengo que tener en claro que se trata de gente con la que tranquilamente compartiría una mesa. Por ahí no una amistad ni una vida, pero sí una noche.
—Los personajes de Chamamé interpelan la división tajante entre el bien y el mal. Ellos pueden ser miserables y al mismo tiempo, llorar por la muerte de un amigo. O sufrir por amor.
—Es que el amor los transforma, para bien o para mal. Lo lindo de escribir Chamamé fue terminar conociendo de qué estaban hechos El Perro y Noé. Al principio, Noé es casi como un monstruo. Él empieza en la cárcel, eliminando al pastor del pabellón evangelista para ocupar su lugar. Pero loco y todo, se va humanizando porque se está jugando por algo, por una religión en la que cree; a su modo, pero cree. Por su parte, El Perro —que en verdad se llama Manuel Ovejero— es una persona que toda la vida estuvo acorralada. No sabe lo que es estar en paz, tener una vida
normal. Él nunca la tuvo porque desde pibe le robaron la inocencia. El que sale a robar es porque primero le robaron muchas cosas, muchas oportunidades. Entonces, esa persona termina en un brete del cual es difícil salir. Ovejero, encima, se enamora de Julia. Y como a cualquiera, le agarra un miedo terrible. Entonces prefiere dejarla. Puede parecer una decisión cobarde pero hay que estar en la piel de El Perro. Él sabe que por ahí anda una bala con el nombre de él. Y prefiere salir a buscarla antes de transformarse en un tipo normal que ya no puede ser porque nació, como te expliqué, al borde de todo. Y además no quiere que se metan con Julia por culpa de él. Así se va perdiendo, se va enajenando. En el medio, él y Noé se transforman en compinches, socios y después, enemigos. Pero se parecen demasiado. Por eso digo que son caras de una misma moneda.
—La novela está dedicada a Laiseca, a Bon Jovi y a Bruce Springsteen, cruzada además por referencias a canciones del rock de los ochenta y los noventa, como muchos de tus libros.
—Las primeras novelas se las dediqué a bandas que fueron mi educación sentimental: Duran Duran, Kiss, Bon Jovi. Y también Springsteen. Cuando sos pibe no te das cuenta pero cuando sos adulto sabés que hay cosas que les debés a ellos. Acá hubo durante mucho tiempo un malentendido con Springsteen por la canción Born in the USA. Se pensaba que el tipo le cantaba loas a Estados Unidos y en realidad, él habla de sus amigos caídos en Vietnam y olvidados por la patria que fueron a defender. A la vez, es rudo y romántico. Yo sé que El Jefe nació en New Jersey pero si me apurás, te digo que bien podría haber sido paraguayo y matancero, como yo. A la vez, pensá que el mundo era otro hace diez años, cuando escribí Chamamé. No había Spotify o YouTube sino canales de aire y radios que escuchabas vos pero también la señora de la verdulería. Entonces los hits eran medio para todo el mundo y los tarareaba todo el mundo. Y es que la gente estaba con la radio todo el día. Eso también me gustaba. Y me gusta. La radio es el medio de comunicación y la compañía del laburante, es lo único que tiene a mano.
—O sea que Chamamé es, más bien, rock.
—A full. A la vez, la palabra "chamamé" significa hacer algo sobre la marcha, sin mucho plan ni método. Y es lo que pasa en la novela. La acción se va dirimiendo kilómetro a kilómetro desde la mejicaneada del Pastor Noé al El Perro. No sabés qué te vas a encontrar hasta que ellos se alcancen en ese viaje enloquecido en el que se meten. Muchos me escribieron diciendo que compraron la novela pensando que ahí había chamamé en un sentido ortodoxo. En Corrientes me cagaron a puteadas (risas). Pero bueno, lo que sí hay es una novela de género. La clave principal de Chamamé es el pseudowestern. Primero pensé en un duelo final entre los dos y luego lo llevé al spaghetti western, más híbrido todavía, para que hubiese un duelo de a tres. Por eso era importante que apareciera y creciera una figura como El Pombero. En algún punto, estos personajes están vinculados con los bandidos rurales de acá, pero también con las películas de género de los setenta, con ese Estados Unidos profundo en estado crudo.
—En Kryptonita das un paso más y te metés con el mundo del cómic. De hecho, Nafta Súper, Ráfaga, Juan Raro, Faisán, Lady Di (que es mi preferida) tienen que ver con aquellos Superamigos de la Liga de la Justicia.
—Sí, cada novela tiene sus propios desafíos. Cuando entregué el primer borrador de Kryptonita a la editorial me mataron, un poco porque esperaban que siguiera con los personajes como los de Siete... o Santería y otro poco porque no estaba muy claro qué quería hacer con toda esa mezcla de cómic y héroes del conurbano. Así que tuve que aprender mucho de cómic y reescribir un montón. Valió la pena, claro.
—¿Qué sentiste cuando esos personajes hechos de palabras se transformaron en película y en serie, en 2015 y 2016?
—Una alegría y una responsabilidad. Los desafíos tuvieron que ver con aprender a mantener el ego bajo, trabajar en equipo. Con Nicanor nos sentimos hermanos, es como un equipo de fútbol. Él dirigió la película y la serie. A mí me tocó escribir los guiones. Pero tiene que funcionar la actuación, el foquista, la vestuarista, la maquilladora... Todo siempre fue en equipo. Y claro que nunca pensé que la banda del Nafta fuera a llegar tan lejos. Por otro lado, cada vez que empezás un libro nuevo, no podés pretender que te dé lo que te dio el anterior. Ni siquiera pretender que te dé algo. Lo único que tenés que pedirle a un libro es terminarlo.
—Parece que te estás refiriendo a Ultratumba.
—Puede ser. Ya la estoy terminando y es probable que salga el año que viene.
—¿Qué podés contar de esta novela?
—Que es de zombies y de paco y de amor. Y que las protagonistas son mujeres en una unidad carcelaria.
—Uf, parece una bomba molotov a punto de estallar...
—Yo voy donde cada libro me lleva. Mis libros me fueron llevando a escuelas, universidades. Y también, a unidades penitenciarias. Todo eso, gracias a la onda de los profesores que eligen compartir literatura con los pibes. La novela se iba a llamar originalmente Romero, por el director de cine, y porque es un apellido muy paraguayo. Quizás vos con tu apellido seas medio paraguaya (risas). Hablando con los chicos detenidos, empieza a tener visibilidad lo del paco. Y me cuentan algo sobre la etapa terminal, que ellos le dicen "el impulso". De repente les agarran todos los movimientos que perdieron, se les da por correr, agitar los brazos, morder. Al saber eso pensé que son los zombies del siglo XXI, los de películas como Exterminio o la remake del Amanecer de los muertos. También me cuentan la historia de un dealer al que le tenían bronca pero nadie lo tocaba en una villa. Y no lo jodían porque tenía un amante policía. Con "el impulso", unos chicos fueron a tirarle la casilla abajo y justo el dealer estaba con el cana, que los recagó a tiros. Lo que contaban era una peli de zombies. Y supe que tenía que escribir sobre eso.
—También dijiste que en un viaje a España tuviste una experiencia medio brava.
—Sí, quise conocer los lugares de las películas que amo, como el edificio de El día de la bestia o la plaza de Átame. Me dijeron que no fuera a esa plaza porque estaba ganada por yonquis. Y yo dije "voy igual, soy un forajido de Isidro Casanova". Y lo que encontré fue una película de terror en serio, con gente deambulando, perdida por las drogas, en medio de un día soleado.
—¿Y por qué esta será una historia entre mujeres?
—Para ponerme del otro lado, para asumir riesgos. Uno puede escribir una historia en piloto automático pero de lo que se trata es de redoblar tu propia apuesta, de averiguar hasta dónde podés llegar. Así que quiero contar una historia donde esté metida una chica presa y una guardiacárcel. Que haya drogas, motines, zombies. Y que a pesar de todo eso se hable de los códigos amorosos en la vida carcelaria de las mujeres, que son muchos. Sí, llegó el momento de hablar de amor una vez más. A mi manera.
Maestro Laiseca
En paralelo con Chamamé, la editorial Evaristo acaba de publicar Nunca corrí, siempre cobré. Se trata de cuentos y textos dispersos de Oyola que fueron apareciendo en antologías, revistas y páginas web. Ahí además hay un texto inédito, llamado Diré simplemente... que el escritor le dedica a su maestro Alberto Laiseca (en el retrato de la foto de arriba), fallecido en diciembre de 2016. "¿Sabe, Lai? Creo que para nosotros es cómodo definirnos como discípulos suyos. Porque en verdad los que comenzamos a escribir con usted terminamos teniendo una relación que —mal que les pese a sus creencias y vivencias propias— excedía el vínculo entre maestro y alumno. Volviéndolo más familiar", escribe.
"Justo al mes de la muerte de Lai, estaba en medio de un domingo raro. Había ido a lo de mis viejos, volví, dormí una siesta, algo que nunca hago. Se había largado a llover. Y soñé que charlábamos un montón. Me levanté, fui a buscar el cuaderno para anotar lo que Lai me había dicho y me olvidé. Me dio tanta bronca que me puse a llorar. A la noche, empecé a escribirle", cuenta Oyola. "No quería que fuera una despedida. Así que ese texto es apenas un balbuceo. Aún me debo escribir algo desde la ficción porque ahí hablo del foco real de dolor que significa que se haya ido. Lai era tan buen maestro que hasta te mostraba lo que no tenías que hacer. Era hipersocrático. Si paraba todo y te decía algo muy directo, tenía que ver con que estabas meando afuera del tarro. Fue fundamental para la vida que llevo. Haberlo conocido, que tenga el honor de que me leyera. Fue como mi papá", evoca el escritor.
Fragmento de Chamamé
Te hace cogotear. SNo es lo mismo que te den un frentoki a que te den un 'tate quieto, Guns 'N Roses.
Los dos son correctivos.
Ninguno de los dos lastima físicamente.
Bueno, no tanto.
Eso sí: los dos son humillantes.
El frentoki se da, con los cuatro dedos de una mano, menos el pulgar. Te lo ponen en la frente. De ahí, su nombre. Y es más ruido que otra cosa.
Es para decirte "¡avivate!", "¡no seas pelotudo!".
El 'tate quieto es otro cantar.
También la palma de una mano, pesada, sacudiéndote la nuca.
Un poco pica.aludar al rey. Un Le pertenezco, Sr. Director.
Que te den un 'tate quieto es para que te quedés en el molde. Es para ponerte los puntos. Decirte: "En esta foto no te peinés que vos no salís".
Dejá de ladrar si no vas a morder, perrito.
Guaaauuu.
En toda mi vida, solo una persona fue capaz, sin que yo le amputara los garfios, de darme un frentoki o un 'tate quieto.
Tuve ganas, muchas ganas de arrancarle esa mano, lo admito.
Siempre.
Pero no pude.
El único que me humilló de esa manera, el único que me aplicó esos correctivos, fue mi papá.
Mientras me enseñaba a manejar me llenó de frentokis.
Aprendí a los once. Si ese día no sacaba el Chivo andando en primera, de tantos correctivos, la cabeza me iba a reventar. La cabeza o la vena en el cuello.
"¡Animal! ¡Te dije despacio!".
¡Plaf!
"¡Animal! ¡Que me lo estás ahogando!".
¡Plaf!
"¡Animal! ¡Dejá de acelerar! ¡Largá el embrague!".
¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf! ¡Plaf!
¡Pero que hijo de mil putas!
Mi papá decía que la parte más dura del cuerpo humano, la parte más dura del esqueleto, era la frente.
Que no tenía que llorar porque en la frente no dolía... y porque yo era un hijo suyo, que yo era un Ovejero, ¡qué mierda!
La concha de su madre. Sí, sí; mi abuela. También me cago en ella.
Cada frentoki que me daba mi viejo era la humillación de un cucurucho en la frente.
Hoy no te digo que lo perdono. Pero, así y todo, esas se las dejo pasar.
Incluso la vez que me calzó un 'tate quieto.
(Fragmento del capítulo VII, "Bueno, por lo menos me dieron algo que no tuve que robar o ganar")