Hay una rutina cotidiana con la que coinciden todas las maestras (la mayoría son mujeres). Juntan su guardapolvo, se lo ponen o cargan en la cartera y parten para la escuela. Muchas llevan un cuaderno y carpetas necesarias, otras cargan con mochilas o bolsitas artesanales; el contenido es el mismo: libros, fotocopias, material didáctico.
Para algunas esa rutina se convierte en hábito, en costumbre y se conforman con cumplir con el "diseño que baja", con la "directiva que llega", no más que eso. Para otras esa rutina es un desafío para no caer en el aburrimiento, no volverse perezosas, obedientes y encontrar siempre algo distinto para que el oficio sea un descubrimiento diario. Esas por lo general vuelven con la mochila más pesada, llena de tareas nuevas y muchas palabras de sus alumnos dándoles vuelta.
Algunas se animan (o no les queda otra) y se meten en un barrio marginal tratando de no pensar que las pueda alcanzar una bala, proveniente de esas violencias nuevas, hasta hace poco desconocidas. Otras se mueven de un pueblo a otro "como sea", lo cual significa ir a dedo, en auto compartido o en un transporte de dudosa seguridad. La razón suele ser siempre la misma: del otro lado de ese camino siempre hay un chico al que seguramente le costó cien veces más llegar a la escuela, y no sólo por cuestiones de distancias o de geografías.
Pero de la mayoría de las docentes sólo se conocen sus protestas. De ellas se dice: "Siempre están de paro", "sólo quieren cobrar más", "apenas si trabajan cuatro horas", "se toman licencias" y hasta recientemente se ha incorporado un enfático discurso de las patronales de escuelas privadas que reciben dinero del Estado: "¡Pretenden estabilidad! Y "no quieren que se las eche".
Y hasta muchos funcionarios, que han sido alumnos y maestros, se hacen eco de estas afirmaciones cuando deben afinar el lápiz y definir un aumento salarial, mejorar condiciones de trabajo o atender el reclamo de prestarles atención a los pedidos de no seguir desconociendo las diferentes realidades.
Lo que no se conoce de la mayoría de las docentes es lo que está por fuera de esas rutinas visibles. Lamentablemente a veces las tragedias como la de Tostado, donde perdieron la vida 10 personas, entre ellas 7 maestras, sacan a la luz pequeños gestos y decisiones diarias que suman más que una buena planificación anual de lengua o matemática, esas que hacen la diferencia para que un chico permanezca y aprenda en la escuela.
Una de las maestras fallecidas soñaba con un viaje para sus alumnos de San Bernardo, que nunca habían tenido una oportunidad semejante. Pero también con llevarlos a la Feria de Ciencias, un mensaje que les está diciendo: "Ustedes son capaces, ustedes pueden". Esa cuota de confianza tan indispensable para que cualquier pibe pueda seguir pensando que la escuela es un buen lugar.
De la misma docente sus compañeras de la Escuela 417 de Tostado también contaron que en una oportunidad se había enterado que un alumno que tuvo en 2º grado no había comenzado las clases por negligencia, ignorancia de sus pobres padres. Fue hasta la casa y se encontró con el nene −la madre no la atendió− de apenas 8 años, que le confesó que no tenía útiles ni ropa. Le insistió para que volviera. Al otro día, estaba paradito en la entrada esperando a su seño, mal vestido y sin útiles. Con una alegría inmensa lo hizo pasar y lo llevó al "roperito" que todas las escuelas tienen. Lo vistieron, le entregaron útiles y se quedó en el aula feliz. No dejó de ir en todo el año.
Una actitud conocida, repetida en muchas escuelas que lidian a diario con la pobreza, con los olvidos y con los descuidos −también afectivos− de los adultos de cualquier clase social. Una actitud que no se hizo pública hasta que esta maestra dejara su vida en un accidente en la ruta yendo a dar clases.
Y aunque es verdad que las maestras comprometidas no buscan publicidad de sus logros cuando los proyectan, más que compartirlos en la intimidad del aula, con los compañeros y los padres, y sobre todo con los chicos, no está nada mal que se conozcan.
Quizás prestarles atención, reconocerlos, sirva para bajarles la soberbia a muchos funcionarios que tomaron y toman decisiones sin haber compartido nunca un espacio con los maestros y sobre todo escuchado sus reclamos, sus necesidades, sus sueños. Y de paso, también a los que rápidamente juzgan un paro o un reclamo del sector.
¿Cómo es posible que Santa Fe que es una de las provincias que más escuelas rurales tiene no contemple la modalidad rural en su estructura? ¿Cómo se puede seguir sosteniendo, y aún ponderando, una educación secundaria rural que cada vez excluye más a los pibes? Es una de las tantas preguntas que se abre en esta demanda de atención a las diferentes realidades.
El pedido no es una cuestión de dibujitos en el organigrama sino de darle visibilidad a una enseñanza que tiene sus particularidades, su identidad, y donde lo urgente es que se les garantice a todos los pibes el derecho a educarse.
Por algo la modalidad rural está contemplada en la ley de educación nacional (de 2006); modalidad que llamativamente las gestiones provinciales de Educación han desconocido desde entonces.
Hacía tiempo que no escuchaba una comparación tan reveladora como la que expresó Marisa, la profe de música de una primaria de Tostado: "Cuando hay niebla no salen los aviones, pero sí los maestros a dar clases".
Hablaba desde el dolor, por la pérdida de sus compañeras, pero también para reclamar por una ley de transitabilidad, por un transporte seguro en las zonas rurales, para que ir a trabajar o aprender no sea un riesgo en ningún lugar, que no se robe la vida de nadie, de ninguna maestra ni trabajador más.