De muchas pecas y pelo revuelto, el nene que apenas se acerca a los nueve años comparte un dibujo hecho para responder al pedido de su maestra sobre qué les gustaría hacer "cuando sean grandes". Los trazos ilustraban un hombre manejando un auto y mostrando una "metra" (tal como describe el chico al arma).
Una imagen que ya dejó de ser sorpresa en muchas aulas. Quizás por eso, de inmediato, la docente lo invitó a pensarse como cualquier chico de nueve años al que le atrapan los juegos y juguetes. Bastó sentarse a su lado, mirarlo a los ojos, abrazarlo un poco, señalarle alguna palabra mal escrita y mostrarle otras oportunidades, para que cambiara su dibujo del hombre con la "metra" por otro atendiendo un kiosco de golosinas y comiéndoselas todas. Después de todo, qué pibe no sueña con eso. Lo que hizo la seño es el trabajo propio de una maestra: señalar otros horizontes.
Cuando Ramona llegó con sus poco más de 50 años al centro de alfabetización de adultos de la zona sur de la ciudad contó, con cierta vergüenza, que nunca había ido a la escuela porque desde muy temprana edad la mandaron a trabajar. Una razón suficiente para que el maestro que la esperaba la recibiera con un abrazo de bienvenida, tan fuerte como para convencerla de que era la oportunidad de cambiar su vida. "Si hubiera ido a la escuela capaz que no terminaba acá. Por eso quiero hacer la primaria, puedo ser otra persona". Esta idea es la que más repiten los internos de los penales que asisten a las escuelas carcelarias, aferrados casi siempre a la palabra de algún docente que no mezquina en enseñarles, con las divisiones y sustantivos, la posibilidad de reflexión que produce el aprendizaje.
"Me pasa que veo una noticia policial a la mañana y juro que leo los apellidos para ver si reconozco a un alumno mío. Es horrible pensar que vas a identificar a un chico allí. Por eso a veces me pongo contento cuando veo que hay un seguimiento y el pibe al menos está viniendo a clases. Porque la institución escolar todavía existe. Y que esté dentro de la escuela no es poco". Esto contaba el directivo de un secundario rosarino en una reveladora nota donde se describe el drama de los "soldaditos", de los pibes que no están en las aulas.
En diciembre pasado, los jóvenes del Centro de Rehabilitación Luis Braille para personas ciegas despidieron el año con baile, canciones y muestras de trabajos. También (como ocurre en cualquier institución educativa) hicieron cambio de abanderado, que según dijeron se había designado "por el esfuerzo y voluntad" demostrados. Siempre, siempre, detrás de cada una de esas presentaciones había una docente preocupada para que no se perdiera ningún detalle y sobre todo sosteniendo la alegría para que esa voluntad no decaiga.
Los escenarios de la educación son tan diversos como inesperados. La posibilidad del desafío y la sorpresa permanentes es quizás lo que hace más atractivo a este oficio. Tanto en situaciones que se viven al límite como las que simplemente invitan a sacar un cuaderno para escribir algo nuevo.
Pero, ¿cuánto vale el trabajo docente?, ¿cómo se lo mide, cuantifica? No hay dudas de que los únicos autorizados para dar esa discusión son los propios maestros. Por eso no debería extrañar que las pobres propuestas salariales ofrecidas _tanto a nivel nacional como provincial_ hayan sido rechazadas.
Hay que advertir que el fracaso de la paritaria nacional puede resultar una buena excusa para el gobierno de Santa Fe para —como con el narcotráfico y la inseguridad— encuadrar los conflictos de la educación como "un problema de todo el país". Pero los sueldos los paga la provincia, los maestros santafesinos son sus maestros y si es verdad lo que sostiene esa declaración de principios de 20 puntos sobre lo importante que es la educación, con la que el FAP —con Binner a la cabeza— pretende dar la pelea electoral tendrá que empezar a mirar a la docencia no como un sector de empleados públicos más —la oferta del 24 por ciento es la misma que para UPCN y ATE— sino como aquel que es capaz de hacer la diferencia, de cambiar horizontes, de devolver dignidades y recuperar la identidad con la que se construye cualquier historia.
Por eso, así como son bienvenidos los anuncios de la nueva ministra de Educación, Claudia Balagué, referidos a revisar las bochornosas cátedras experimentales de los profesorados por las cuales las alumnas están obligadas a pasar, por ejemplo, por talleres de fieltro, reguetón o circo para ser maestras; la de favorecer los centros de estudiantes, devolver a los institutos de educación superior la potestad de hacerse cargo de la capacitación docente y la de promover los escalafones internos en las escuelas privadas para que no se siga eligiendo a dedo los maestros, hay que decir que aún queda mucho por hacer. Sobre todo para reparar los rasgos de autoritarismo que dejaron sus antecesoras Elida Rasino y Letizia Mengarelli. De hecho, es llamativo que a pesar del cambio de ministra muchas funcionarias que han dado más muestras de incapacidad y mediocridad que de ideas sigan al frente de direcciones provinciales y regionales clave.
El año escolar arranca con un paro docente. Nada impredecible si se considera que el reclamo gremial venía desde el año pasado, que en enero el pago de los salarios no fue a término y que la provincia especuló con la última semana para finalmente hacer una propuesta salarial que en plata sólo significa menos de 600 pesos en el bolsillo.
Si no se empieza a dimensionar que un docente bien pago y formado es la garantía para sostener a los pibes aprendiendo en las aulas -además de escuelas que no se caigan a pedazos y un proyecto educativo que diga para qué se educa-, todos los planes con promesas de inclusión y sostenimiento de la obligatoriedad van a un fracaso anunciado.