Los escenarios actuales de ampliación de derechos nos colocan frente a nuevos sujetos, sujetos que estaban invisibilizados, sujetos que nos interpelan, nuevos “otros”. Colocarnos frente a ellos no debe significar enfrentarnos, nos exige que busquemos las formas de encontrarnos.
La inclusión es una cuestión de actitud, se basa en cómo nos paramos frente a las personas y qué lugar les damos. Reconocer las diferencias individuales nos lleva a reconocer la diversidad. Diversidad como reconocimiento de la identidad de cada ser humano, como algo valioso, como un derecho a respetar.
“Construir un nosotros inclusivo que nos permita desde la diferencia superar la dicotomía de un nosotros y ellos”. Esta dicotomía se hace más vigente con la ampliación de derechos, que abre la puerta a montón de “otros” que estaban excluidos. Algunos se aferran a los estereotipos establecidos, a la comodidad de lo aprendido, el miedo y el rechazo dominan su actitud. Otros estamos convencidos de que esta apertura nos enriquece y confiamos en que la solidaridad, el amor, el respeto son las condiciones para albergar a los demás. Entender que todos somos iguales y tener presente que hay contextos diferentes producto de las desigualdades en la distribución de los recursos materiales y simbólicos.
La escuela es un espacio clave para garantizar el ejercicio de los derechos. El derecho a la educación, el derecho a ser respetados en sus múltiples identidades, en sus singularidades y en sus construcciones colectivas.
La escuela es para muchos el único lugar en donde encontrar la posibilidad de ejercer algún derecho. La tarea de la escuela es liberadora.
Los docentes sabemos que somos parte del proceso de construcción de la subjetividad, de la identidad, de la vida de los otros y de la nuestra.
“Uno es con el otro”. Los derechos se deben ejercen individual y colectivamente. No hay ejercicio pleno si hay otro que no lo puede hacer.