Sin dudas la curia local no pasó una semana tranquila. La decisión del Papa Francisco de desplazar del arzobispado a monseñor José Luis Mollaghan y asignarlo a una comisión que aún no se creó, terminó por confirmar lo que La Capital había adelantado en diciembre del año pasado.
El máximo referente de la Iglesia Católica en Rosario estaba siendo investigado por presuntas irregularidades en el manejo de fondos, supuestos padecimientos psiquiátricos y denuncias de laicos y sacerdotes por “maltratos”.
Desde que este diario publicó esa noticia, el arzobispo la negó, pero esta semana Francisco movió las fichas y el ahora ex arzobispo arma las valijas para dejar la ciudad.
El mismo día en que se comunicó oficialmente el desplazamiento de Mollaghan, se supo que el sacerdote más convocante de la ciudad, Ignacio Peries, le mandó una carta al arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, retractándose por un programa de TV que había conducido en la última Navidad. Allí se había sentado a una misma mesa con parejas gays con el objetivo de “hacer conocer los sentimientos de dos personas que aman, conviven y comparten”.
Días después del envío, el Arzobispado rosarino (por esos días bajo la conducción de Mollaghan) emitió un duro comunicado en el que se diferenció de las opiniones vertidas por el carismático cura de barrio Rucci en relación a las uniones del mismo sexo.
La retractación de Ignacio tardó más de cinco meses. En el escrito, lamentó “profundamente la confusión generada entre los creyentes y en otras personas a propósito de algunas consideraciones vertidas en el programa”. Y ratificó su “adhesión de corazón” y su “plena y total comunión con la doctrina y la moral de la Iglesia Católica sobre el matrimonio y la familia, tal como están expresadas en la Sagrada Escritura y el derecho natural”.
No son pocas las versiones que indican que la relación entre el desplazado arzobispo y el padre Ignacio no era de las mejores. Al igual que aquellas que abonan la teoría de que Mollaghan tampoco se llevaba de maravillas con Jorge Bergoglio. Internas que, tarde o temprano, quedan expuestas, por más que se produzcan en los cerrados claustros religiosos y los sacerdotes se encarguen de negarlas.
Cambios. Pero en estos siete días en Rosario no todo fueron internas del clero. A los vecinos de barrio Tablada la vida cotidiana les empezó a cambiar. La intervención integral que está llevando adelante la provincia y el municipio comienza a dar allí sus primeros frutos. La apertura de una calle, Centeno, modificó no sólo la fisonomía barrial, también les devolvió seguridad, algo tan demandado en los últimos tiempos.
Es el primer paso, pero esa sola apertura les devolvió el estatus de ciudadanos. Vuelven a tener derecho a disfrutar de su barrio, tomar mate en la vereda y, por sobre todo, empiezan a dejar atrás ese estigma de zona roja que los condenó por décadas a no poder llegar hasta sus casas con un taxi o a padecer que ni siquiera ingresara hasta allí un servicio de emergencias.
Llevará tiempo ver los resultados, pero es saludable la decisión política de invertir 4 mil millones de pesos en obras básicas de infraestructura y saneamiento en 20 barrios. Hoy Tablada vuelve a ser de los vecinos y eso anima a pensar que en los otros sectores a intervenir sucederá lo mismo. Sólo así Rosario volverá a ser, como reza el eslogan oficial, “la mejor ciudad para vivir”.