Elisa Carrió volvió a recordarnos con su accionar el lema que asegura que Argentina sólo parece ser gobernable por el peronismo. Su desplante a las palabras de Fernando Pino Solanas, su posterior ratificación al gesto ausente de toda educación de abandonar una charla molesta por lo que se decía, logró hacer crujir otra vez una de las fuerzas de oposición que se conformaron para enfrentar al PJ que viene gobernando el país por casi 25 años (si se descuenta el “interregno inclasificable de Fernando de la Rúa) desde la recuperación de la democracia.
El Frente Amplio-Unen (Faunen) corre serios riesgos de desaparecer como tal en poco tiempo. O al menos, de perder a algunos de sus miembros fundadores. No resulta posible creer que la convivencia democrática del disenso tenga aristas que lleven a afirmar, del lado de Lilita o de Ernesto Sanz, que sin alianza con el PRO de Mauricio Macri no hay triunfo posible o, del otro, que el acuerdo con la fuerza del jefe de la Capital sea “aliarse con Al Capone para derrotar a don Corleone”, como aseguró la diputada rosarina Alicia Argumedo representando también a Hermes Binner o al propio Solanas. Eso no es diversidad de ideas. Eso es choque de planetas políticos.
Ya se sabe que la legisladora chaqueña es quien es. Una de las más (si no la más) brillantes y formadas intelectuales del quehacer público argentino, de una honestidad intachable como casi nadie y de una mirada crítica lateral envidiable. Es, también, una de las más consuetudinarias destructoras de todo espacio político y personal que crea ante el menor disenso con sus ideas. Actúa en política con gestos y predicciones (inverificables, muchas) que nacen de la intransigencia y del egoísmo del dogma religioso fundamentalista que no admite más que cielo e infierno. Desconoce, por seguir con la descripción del creyente, que nadie puede arrojar la primera piedra (impactó verla acusar a un programa periodístico de invitar “gatos” a los estudios de TV: se ve que aquí no creyó oportuno citar el Evangelio como acostumbra a cada rato remedando a María Magdalena) y que siempre se debe ofrecer la otra mejilla. Si no, que se lo cuenten ex socios políticos y amicales de ella como Margarita Stolbitzer, Susana García, Adrián Pérez, Fabiana Ríos o Diana Maffía, elegidos de una inmensa lista posible. Una verdadera pena que alguien tan valioso individualmente consiga ser su principal saboteador a la hora de pensar en la sociedad toda.
¿Quién resulta favorecido con este triste minué de desencuentros puesto en la escena de esta semana? Claramente el peronismo. Los seguidores del general se muestran a nivel nacional como un movimiento hambriento y sin mucho escrúpulo de poder que sabe disciplinar a sus integrantes el día siguiente al triunfo. En todas sus versiones. Daniel Scioli, Sergio Massa, Florencio Randazzo, por citar a los que tienen más chances, respetan esa matriz. Carrió debería saberlo.
El partido de Mauricio Macri, otra de las opciones con posibilidades electorales, tampoco colectará a los desorientados eventuales votantes del Faunen en vistas de las rencillas internas. A menos que su líder salga a hablar y a definir algo de su proyecto como no ha hecho hasta ahora.
Quizá este fenómeno nazca de un panorama atravesado por 12 años de cultivo de la intolerancia. Si los años 90 fueron la exaltación de la frivolidad, esta década ha sido la de la ponderación de la intolerancia. Y esto es un buen germen para ser autoritarios y despectivos con el otro. Una cosa es ser intransigente en la política. No hay negociación posible sobre algunos pocos conceptos: la democracia, la división de poderes, bienestar general, el respeto a las libertades individuales y a las minorías. Con eso y algunas cosas más, intransigencia. Pero la intolerancia es el desprecio de antemano, sin escuchar razones, al que se sabe va a disentir. El kirchnerismo se deberá hacer cargo por haber jugado a exaltar como bandera a la intolerancia. Con su juventud militante de una sola verdad, con los juicios públicos y demagógicos a periodistas críticos, con los piquetes, escraches y puñetazos a los que no eran “nacionales y populares”. Alentar el superficial “patria o buitres” fue otro símbolo de esa intolerancia a buscar caminos de consenso para enfrentar a la carroña capitalista mundial. Pero habrá que reconocer que esto no es sólo patrimonio de la fuerza que hoy conduce el país. Carrió y lo que ella representa en el Frente Amplio son otra muestra de este fenómeno.
Florencia de la V. Tampoco esto es patrimonio exclusivo de la política. El periodismo ha caído en la trampa y se ha (nos hemos) instalado en ficticias veredas opuestas de opinión prejuiciosa. Esta semana ha parido el ejemplo más disparatado de esta imposibilidad de diálogo y el desprecio al respeto por la vida y el deseo ajeno. Ha sido un enorme avance social y legislativo la ley de género (mérito indudable del kirchernismo) que permite a una persona hacer uso de su voluntad a la hora de decidir la pertenencia al género masculino o femenino. Ser hombre o mujer no es más que una decisión que afecta a quien lo asume. Es un derecho tan íntimo como el de profesar una religión, una profesión o una convicción política. El cuerpo humano (la genitalidad) no define la pertenencia a este género. Semejante razonamiento retrógrado supondría que la extirpación de esos mismos genitales por razones de salud haría perder al enfermo su condición de hombre o de mujer.
Allí debe respetarse el deseo individual con consecuencias y alcances también individuales. Uno es hombre o mujer para sí y para los que elige a la hora de compartir ese hecho privado. No hay debate o restricción pública porque no es un hecho que afecte a terceros. El resto podrá acordar o no en la intimidad también. Pero no exigir públicamente que no se admita ese derecho inalienable.
Discutir a voz en cuello sobre si Florencia de la V merece el derecho al tratamiento legal y social de mujer es como levantarse de la silla enfurecido y decir que como no me gusta, me voy a comer pizza. Ni más ni menos que intolerancia.