Otro día de bronca en la ciudad. Bocas torcidas, gestos duros, ojos brillantes. La protesta y el
miedo, la impotencia y la incertidumbre. Un país que no cesa de atravesar encrucijadas y la gente
que de nuevo paga el costo de muchas cosas que en realidad no entiende demasiado. Sólo sabe que el
papel de víctima no es intercambiable.
Mediodía, calor inesperado. Últimos días de mayo y parece enero. Más allá de la crisis, la
vida sigue su curso cotidiano. Los chicos, los hijos de este presente, son quienes resisten desde
la pureza el avance incontenible de las preocupaciones. Y también, uno de los escasos manantiales
de los cuales aún brota un poco de alegría.
Todos a la escuela, aunque ya falta menos para las vacaciones de invierno. Juegos del recreo,
popa y figus, cuadernos que regresan borroneados dentro de las sufridas mochilas. La cosa está dura
pero lo que pasa no logra derrotar la sonrisa de los pibes. Papá y la nena caminan de la mano y ese
lazo permanece inconmovible. No puede decirse lo mismo de muchas realidades que alguna vez fueron
la Argentina.
Pero no hay que lamentarse, hay que seguir. Mamá y su nene caminan de la mano y ese amor
ilumina los costados de la oscuridad. Ella ha cocinado para él y papá ha preparado el desayuno de
la nena. Se darán un beso al despedirse, los chicos se sentarán ante el pupitre y el río no se
detendrá, ya no falta tanto para que sea primavera.
No es fácil verlo y mucho menos percibirlo, pero aquellos que abran bien los ojos y miren a
su alrededor perderán de golpe toda duda. Es así, no hay con qué darle: pese a que tantos se
empeñen en destruir, la ternura sigue construyendo el futuro.