Asegura que trabajará por una gestión de calidad en la UNR (“deberíamos ser más eficientes”), dice que buscará abrir un debate para modificar la oferta educativa de la universidad (“tendría que haber ciclos básicos comunes por cada área porque hoy hay un sistema que obliga a los jóvenes de 17 o 18 años a elegir a esa edad la carrera”) y en todo momento pone énfasis en defender la masividad de la educación superior estatal pero sin resignar el nivel educativo (“tenemos que hacer un esfuerzo porque no se puede perder de vista el equilibrio entre la apertura y la calidad”). Tras una extensa trayectoria académica, el arquitecto Héctor Floriani asumió el pasado 6 de agosto como nuevo rector de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
Nació en Resistencia, donde realizó la primaria, luego cursó la secundaria en el Liceo General Belgrano, ubicado en cercanías a la ciudad de Santa Fe, y se recibió de arquitecto en la UNR en 1981. Vivió seis años en Italia, donde hizo un doctorado en Venecia. Fue docente, investigador y decano de Arquitectura.
“Ser rector de la universidad es un desafío que me provoca muchísima satisfacción y orgullo, pero al mismo tiempo soy consciente de las responsabilidades y las dificultades”, afirma en un diálogo que mantuvo con Más en su despacho de la sede de Gobierno de la UNR (Maipú 1065).
Es locuaz, cada idea que lanza la respalda con argumentos y pese a maniobrar a lo largo de la entrevista como un eximio equilibrista, en vista del cargo que ejerce, no elude las preguntas incómodas con frases hechas, tibias, pour la gallerie.
—¿Alguna vez se imaginó que iba a llegar a ser rector de la UNR?
—Sí, y esto a lo mejor suene inmodesto, pero es así. Me imaginé porque desde hace tiempo siento la vocación de servir al Estado. Cuando estaba estudiando en Roma descubrí mi interés en la gestión universitaria. Así que se fueron acoplando ambas dimensiones, lo específico de mi trabajo académico con esa vocación por lo público, por el servicio público. A partir de allí la cosa se fue dando con cierta naturalidad, porque no me he desesperado por ocupar estos lugares. Fui secretario en la Facultad de Arquitectura, secretario de UNR, decano, consejero superior, director del Centro de Estudios Interdisciplinarios y ahora rector. Y la verdad es que hay algo fisiológico, un mecanismo que se pone en funcionamiento y va produciendo un recorrido que es natural en el sentido de que no está forzado.
—¿Se ha planteado como rector algunos objetivos prioritarios en su primer año de gestión?
—Sí, me interesa que trabajemos programáticamente. Hablo de plantear objetivos concretos, y por ende trabajar para eso. Me refiero a avanzar en un sentido de gestión de calidad. Esto puede sonar poco glamoroso, pero es muchísimo lo que se puede hacer para mejorar la calidad de nuestro servicio. Considero que la universidad pública tiene una misión que consiste en producir un servicio público, de formación superior y de producción de conocimiento, de docencia y de investigación. Y entonces debemos esforzarnos más de lo que lo hacemos por mejorar permanentemente la calidad de ese servicio. La gestión universitaria demanda un aparato grandísimo y caro. Así que deberíamos ser más eficientes en el trabajo, producir una mejor relación entre la cantidad de recursos que el conjunto de la sociedad pone a nuestra disposición y los resultados.
—¿Cree que en la UNR hay un desajuste entre la cantidad de recursos y los resultados?
—Lo que creo es que podemos mejorar esa relación. Me imagino el título de esta entrevista: “El nuevo rector dice que no están a la altura...”. No, no es eso lo que digo, sino que podemos mejorar. Hay espacio para hacerlo. También hay una dimensión que tiene que ver con la planificación de nuestra oferta educativa en los contenidos y en las formas. Debemos mejorar la capacidad de percibir lo que la sociedad demanda en términos de calificaciones, de formaciones.
—¿Como sería eso?
—Me refiero a las carreras que ofrecemos. Esta es una universidad tradicional, de las grandes, de las viejas, dentro de poco cumpliremos 100 años, porque yo cuento toda la presencia de la universidad en Rosario, no sólo la UNR. Tenemos una estructura muy armada sobre carreras tradicionales, clásicas: médico, contador, ingeniero, abogado... Nadie va a demoler eso, pero debemos complejizar nuestra oferta, incluso con capacidad de innovar. Hay algunas experiencias, pero deberíamos hacer más. En el posgrado hay mucho más dinamismo, innovación, permanentemente se crean nuevas carreras.
—Pero también son otros los recursos que sustentan los posgrados...
—Sí, hay un involucramiento directo del bolsillo de los matriculados y números mucho más manejables. Hay razones por las cuales se hace difícil, pero creo que no podemos escudarnos en la dificultad para no hacerlo. Sería bueno que derrame algo de esta innovación del posgrado hacia el grado. Eso en cuanto a los contenidos, pero también en la forma deberíamos innovar, y creo que allí tendríamos que ir por mecanismos más flexibles y más transversales. Poseemos un sistema que obliga a los jóvenes de 17 o 18 años a elegir una la carrera cuando tienen esa edad. Y me parece que es ilógico y contraproducente. Hay mecanismos que a eso lo resuelven de una manera mucho más eficiente planteando ciclos básicos comunes a familias de carreras, al final de los cuales hay una primera titulación. Me parece que habría que establecer un bachiller universitario genérico para un campo disciplinar, y al final del cual, con 20 años, se podría elegir el tramo profesional de titulación definitiva.
—¿En la práctica sería como implementar primeros años comunes en cada área?
—Claro. Por ejemplo, años comunes en el área salud y luego se elegiría entre fonoaudiología, enfermería, etcétera.
—¿Eso es algo que se está debatiendo hoy en la UNR o es por ahora sólo una idea que usted quiere implementar?
—Yo no diría que se debate todavía, sino que es una idea que he verificado que más de uno la piensa. Me encantaría, por lo menos, instalarlo como discusión. Es bueno que la sociedad sepa que el rector está en la cima de una pirámide de trabajo pero no resuelve solo casi nada, por lo menos estas decisiones estructurales son colectivas y muy debatidas.
—¿Falta debate dentro de la universidad?
—No diría eso, hay muchísimo, pero lo que cuesta es articular ese debate. Lo que es difícil es integrar estos debates en uno que pudiésemos definir como “debate de la universidad”. Y hace falta una actitud de escucha, de humildad, de todos los actores, no solo de los directivos. Estoy dispuesto a poner esfuerzo en este sentido. La universidad es rica porque es muy disímil, porque hay mucha variedad de trayectorias, de visiones, no sólo disciplinares sino también ideológicas, teóricas, incluso políticas. Pero deberíamos hacer un esfuerzo mayor por escuchar y respetar al otro. Ahí hay algo definitivamente paradójico. Hay sectores minoritarios en la universidad que ejercitan la violencia discursiva, la incapacidad de escucha. La mayoría no tiene esa actitud, pero sí quizás cierta inercia a resignarse a que la violencia retórica de unos pocos sea la dificultad de comunicarnos entre todos. Yo no me resigno ni a una cosa ni a la otra.
—Una característica a destacar de la universidad pública argentina es su masividad, producto del ingreso irrestricto y de la gratuidad, algo que sucede en muy pocos países. Pero al margen de ese aspecto, ¿cómo calificaría la calidad de la educación superior en las universidades estatales del país?
—Básicamente como muy buena. ¿Podemos mejorarla? Por supuesto que sí. Esta apertura, que es un rasgo distintivo de la universidad y sigue siendo un valor irrenunciable, hay veces que atenta contra la calidad, impacta en ella. Hay facilismo que a veces asumimos como natural. Por ejemplo, si un plan de estudio determinado plantea un sistema de correlatividades, suele haber presiones para flexibilizarlas. Y esas son presiones que pueden atentar contra la calidad, porque es la búsqueda de la calidad la que está en el origen de un proceso de orientación al recorrido del alumno. Muchas veces el fundamento de esta pretensión viene del gremialismo estudiantil. La verdad que es un sistema muy garantista para el alumno, pero a pesar de eso siempre hay una demanda de más, y más. Tenemos que hacer un esfuerzo porque no se puede perder de vista el equilibrio entre la apertura y la calidad.
—Hay quienes sostienen que masividad y calidad en la universidad son términos contradictorios...
—Diría que no son contradictorios por sí mismos, pero hay veces que se pueden tornar contradictorios cuando se malinterpretan, cuando se pierde el equilibrio entre apertura y calidad. Hay gente que dice: “No importa que alguien entre y no termine, el paso por la universidad ya lo mejora”. No estoy de acuerdo con esa aseveración. La universidad no está para dar una pátina de familiarización con el mundo más complejo de las ideas y que después se vaya. Podríamos pensar que eso produce algún efecto, pero no podemos satisfacernos con eso. A mí me parece que el sistema universitario es demasiado importante y costoso para el conjunto de la sociedad argentina. Cuando era decano de Arquitectura les decía a los alumnos: “No nos confundamos, la universidad argentina no es gratis, es cara, carísima, la pagamos entre todos. El hecho que ustedes no tengan que sacar de su bolsillo familiar para pagar acá la cuota, no quiere decir que en realidad no la paguen parcial o totalmente con los impuestos. Y hay otros que pagan y no la usan directamente, hay una distribución de los costos en el conjunto de la sociedad. Esto implica una redistribución no progresiva de la renta, debemos ser conscientes de eso”. Es decir, el que paga el impuesto a la leche en una villa también está contribuyendo, porque el presupuesto universitario se solventa con recursos de rentas generales del Estado nacional. Entonces, moraleja, estas son las reglas hoy, así que como mínimo asumamos la enorme responsabilidad de hacer el mejor uso de los recursos de la colectividad.
—En el tema de la calidad educativa, ¿que papel juega la formación del docente?
—Muchísimo, también la responsabilidad del alumno y de la familia del alumno. Así como tenemos a partir de los 16 años derecho a votar, también tenemos obligaciones. Otro equilibrio que nuestra sociedad por ahí pierde es aquel que debería establecerse entre derechos y obligaciones. Toda la comunidad docente, alumnos y familiares de los alumnos son responsables de la calidad de nuestro proceso educativo. Entonces, la asistencia, la puntualidad, el esfuerzo por no ocupar un espacio que podría estar ocupando otro, eso también hace a la calidad del servicio educativo. Ahora, volviendo a la pregunta, es fundamental la capacitación docente y la responsabilidad docente. La universidad posee sus mecanismos para alentar esto. Tenemos un sistema de carrera docente con una evaluación y el mecanismo del concurso público de oposición y antecedente para el ingreso que son herramientas que pueden dar hasta cierto punto una garantía de esa calidad.
—¿Por qué dice hasta cierto punto? ¿Existen especies de castas de docentes en determinadas cátedras o carreras?
—No sé si hablar de castas... Yo más bien diría que hay un cierto mecanismo conservador en la historia de la institución universitaria. La universidad tiene otra dimensión de lo paradójico en esta tensión entre la innovación, que puede producir o que produce, y un componente conservador, que puede generar estructuras refractarias a esa misma innovación. El valor simbólico de lo universitario es muy grande, el poder de lo simbólico también puede ser significativo. Entonces termina habiendo una posición de poder relativo que está asociado no necesariamente a lo económico, pese a que los sueldos universitarios no son pésimos si uno tiene una dedicación exclusiva y cierta antigüedad, pero el prestigio que da ser docente universitario sobre todo en algunos campos profesionales sí puede dar cierta ventaja económica. Y a la vez un posicionamiento de poder simbólico que también es sostenido y defendido. La universidad tiene que apostar a sus aspectos más dinámicos y de innovación, ese espíritu conservador no es algo sobre lo cual tengamos que sentirnos orgullosos y defender. El modelo tradicional de la universidad reformista es el del concurso periódico de los docentes y de la renovación periódica a través del concurso. La sociedad argentina decidió hace tiempo avanzar hacia un modelo de estabilización del docente universitario. Entonces no existe más la periodicidad de los cargos y esa es una decisión de la sociedad argentina. Hay mucho consenso en relación a esto.
—¿Eso puede tener como consecuencia que no siempre estén al frente de las aulas los mejores docentes?
—Hay dos valores en contradicción. El valor de la estabilidad laboral, y olvidémonos por un segundo de la universidad: ¿quién cuestionaría que esto es un valor?, la sociedad mundial occidental hace siglos que lucha por este valor. Por otra parte, en la universidad está el valor de la periodicidad como reaseguro para los nuevos y más capaces. Debo decir que en mi visión personal mientras estuvo vigente el sistema de la periodicidad tampoco fue una garantía, porque esa tendencia un poco conservadora a veces permitía la continuidad a pesar del instituto del concurso.
—Se garantizaba la continuidad de una u otra manera.
—Había algo de eso, digamos. Los ideales reformistas a lo largo de las décadas fueron redimensionando y articulando con una realidad que, como suele pasar, es un poco más cruel y pragmática. Yo ahora asumo, todos debemos asumir, que la sociedad ya optó por un mecanismo que prioriza la estabilidad pero no resigna totalmente el concurso o la periodicidad porque incorpora dentro de la estabilidad el instituto de la evaluación periódica. Creo que hoy ese es el instrumento para garantizar la calidad. Siempre debemos estar atentos para mejorarlo. El instrumento de la carrera docente con evaluación tiene reglas distintas en distintas universidades, no hay una regla única.
—¿En qué quedó el proyecto que se venía debatiendo en la UNR de establecer un trabajo social obligatorio como condición para graduarse en cualquier carrera?
—Ese es un proyecto que está elaborado, muy caro a la sensibilidad del ex rector Maiorana, y lo hacemos propio. El tratamiento de esa iniciativa no se completó, y tengo la intención de volver a proponerla para el debate durante mi gestión, y eventualmente su aprobación.
—Si no ocurre ninguna sorpresa el próximo presidente de la Argentina será Scioli o Macri. Ambos estudiaron en universidades privadas, y por ende por primera vez el país va a tener un primer mandatario proveniente de ese ámbito. ¿Qué reflexión le merece?
—No dramatizaría. Tenía tres años cuando se planteó el debate libre o laica. El sistema universitario argentino se enriquece con el aporte de todos los actores. Por supuesto, la parte más significativa en términos cuantitativos y de resultados por lejos es del componente estatal. Sin embargo, el componente no estatal del sistema universitario, que tiene cosas de muchas calidad y otras de muy poca, enriquece al sistema, genera incluso cierta fuerza de competición que puede beneficiar al componente estatal. Hay acá una cuestión etaria. Es cierto que ya hay importantes dirigentes políticos que han egresado del sistema no estatal, pero a medida que pasen los años habrá cada vez más posibilidades de que esto suceda. Yo en todo caso apuesto a que el sistema universitario público está consolidado en la sociedad, y es imprescindible que todos nos hagamos cargo de esto para garantizar su supervivencia y desarrollo. Debemos ser conscientes de lo que hemos conquistado en relación a esto, y si no miremos lo que sucede en Chile. Todos somos guardianes de estos avances de la sociedad. Hago votos porque la sociedad argentina haya procesado consensos amplios en relación a esto de manera que se haya convertido en una política de Estado. Esa es mi apuesta, independientemente de quién gobierne el país. La inversión en el sistema universitario estatal es altamente productiva. Pero los universitarios no tenemos derecho a cubrirnos, a cobijarnos debajo de este enunciado para no esforzarnos en hacer cada vez mejor nuestro trabajo.
—Usted llega al cargo de rector como producto de una alianza política entre sectores del radicalismo y del kirchnerismo de la UNR, dos fuerzas políticas que fuera de la universidad son adversarias. ¿Se manejan otras lógicas políticas dentro de los claustros?
—Sí, son lógicas diferentes, y nosotros reivindicamos esa especificidad. Este es un plus que habla a favor de nuestra universidad y de esta propuesta política de gobierno de la institución. Nos hace bien no estar subordinados a una lógica política extrauniversitaria, y esto no quiere decir estar aislados de lo que pasa. Nosotros tenemos un proyecto universitario, convivimos en esa diversidad, nos respetamos y trabajamos bien. Este es el mensaje, y me parece que es válido para nuestra comunidad universitaria y para nuestra sociedad en general. Lo mejor que nos puede pasar es precisamente eso, que la universidad siendo de todos se sustraiga a una lógica de apropiación de parte, de una parcialidad. Esta es una alianza que incluso no hay ningún motivo para que no se amplíe. Tenemos afinidad ideológica también con otros actores de la política que no han sido parte, al menos hasta ahora, de este proyecto de gobierno, pero nada indica que no lo puedan ser en algún momento.
—¿Se refiere al socialismo?
—Si, por ejemplo.
—¿La UNR prestigia a Rosario?
—Sí, seguramente. Y eso nos compromete. Debemos ser conscientes que tenemos la responsabilidad de mantener los motivos de ese prestigio. Este es un polo universitario, científico y tecnológico que se destaca en varios campos.