"Si alguien se sintió ofendido le pido perdón", dijo el lunes pasado la presidenta Cristina de Kirchner durante un discurso que pretendió tener un tono conciliador para con los ruralistas.
"Si alguien se sintió ofendido le pido perdón", dijo el lunes pasado la presidenta Cristina de Kirchner durante un discurso que pretendió tener un tono conciliador para con los ruralistas.
El conflicto está instalado muy por fuera de Capital, y el perdón de la presidenta suena desde acá algo lejano, declamatorio y vacuo ante un "alguien ofendido" tan impreciso.
¿A quién dirigió su indulgencia? ¿A la gente de Rufino que no tiene gas natural y que por los cortes de hace casi cien días ya no puede más que acumular garrafas vacías? ¿A los chicos de La Quiaca que se acostumbraron a comer cada vez menos, en una zona donde el padre Jesús Olmedo asegura que "hay un 60% de la población bajo la línea de indigencia"? ¿A los rosarinos que este último viernes mataban por una gota de nafta y no podían circular, ni dentro ni a los alrededores de una ciudad vallada de reclamos? ¿O a la gente de Gualeguaychú a quienes ayer mismo visitó la Gendarmería con detención de De Angeli incluída?
Rescaté esta semana una visión del perdón distinta a la de la presidenta. Para el director de la Oficina de Derechos Humanos del municipio, Rubén Chababo, este dilema ético se queda huérfano sin Justicia, "sin una dimensión reparatoria". Señala como un sincero pedido de perdón al que se hace íntimamente, de manera "individual entre ofensor y ofendido". Y dice que no hay clemencia sin "verdadero arrepentimiento y una acción a partir de la cual la víctima reconsidere la ofensa".
Chababo recomienda un libro sobre el tema y traslado desde aquí el convite. "Los límites del perdón" se titula el texto que escribió Simon Wiesenthal, conocido como el célebre "cazador de nazis". En una parte cuenta que siendo aún prisionero en un campo de concentración fue llevado hasta el lecho de muerte de un miembro de la SS que había pedido ser perdonado por un judío antes de morir.
Como toda respuesta, Wiesenthal se quedó en silencio ante el soldado alemán. Y mantuvo ese silencio aun después de liberado, cuando visitó a la madre del muerto para llevarle el último saludo de su hijo.
Además, en ese libro se compilaron las respuestas a una pregunta crucial que el autor les hizo a distintas personalidades: "¿Qué habría hecho usted en mi lugar?".
Dijo Wiesenthal en esas páginas que "el olvido es sólo algo que depende del tiempo, pero el perdón es un acto de volición, y sólo el que ha sufrido está cualificado para tomar esa decisión".
Sus palabras me hicieron retomar las de la presidenta. ¿Quién la perdonará si ni siquiera pudo definir quién es ese "alguien" a quien le pidió su absolución?