No tengo claro qué es más sorprendente, si la cara de piedra de Cristina anunciando que ahora
iremos a liberar a Ingrid Bentancourt y los demás rehenes de las Farc o la panza de Nalbandian bajo
esa remera de un amarillo rabioso igual a la camiseta de la selección de Ecuador que está usando en
el Abierto de Australia.
Lo que más me impacta en el caso de David es que pueda jugar tan bien al tenis
con todos esos kilos de más. Quisiera ser como él, aunque sólo hay posibilidades (mínimas, lo
admito, porque la suya es la panza de un talentoso) de que alguna vez me le parezca por la
hinchazón de abdomen y jamás por su maravillosa devolución en el saque de los rivales.
En todo caso, lo de la señora de Kirchner es un asunto un poco más serio. O no,
quién lo sabe. ¿Fue serio que convocara a la televisión justo en el momento en que las ex rehenes
Clara Rojas y Consuelo González llegaban a Caracas para hablar en primera persona del éxito del
operativo que permitió liberarlas? No lo parece, del mismo modo que su supuesta decisión de ir por
los demás cautivos de Marulanda y compañía en la selva colombiana suena a una brabuconada digna de
peores causas, no de un asunto tan serio como el de los rehenes de la guerrilla.
La presidenta probablemente esté convencida de que su actitud levanta el perfil
del país en el exterior y de que los argentinos nos la creemos. No se da cuenta -o no quiere darse
cuenta- de que no tenemos tiempo, ocupados como estamos en adivinar cuándo será el próximo corte de
luz y otras nimiedades domésticas. Y, algunos, entretenidos con los partidos de Nalbandian, aunque
en estos días juegue en horarios imposibles.
Chávez, el inefable presidente de Venezuela, al menos monta un circo y logra
algo: rescata a dos rehenes y las devuelve a la vida en un final de la historia más digno de
Hollywood que de la vida real. El suyo es un resultado formidable, por más que después use su gesto
humanitario -sólo posible por su excelente feeling con los guerrilleros de las Farc- para volver a
la carga con el proyecto de su reelección indefinida, algo que la mayoría de sus compatriotas ya
rechazó hace apenas unas semanas.
En cambio lo de Cristina tratando de sacar provecho a un drama ajeno cuya
resolución supone que le dará rédito político es incomprensible. Mucho más que las actuaciones del
gordo Nalbandian, con independencia del lugar al que llegue en el primer Grand Slam del año. En el
caso del tenista al menos lo podríamos entender por su formidable talento para jugar al tenis.