“Cada día estamos más cerca de que la jefa sea candidata. Si seguimos así, no queda mucho margen para no serlo”. El que habla es un secretario de Estado que consigue colarse en las reuniones de la mesa chica del poder de la Casa Rosada. “Ella dice que no quiere y parece sincera, pero en la política pesa mucho menos el deseo que la necesidad”, explica con una sonrisa propia de un personaje secundario de la serie House of Cards.
Está claro que a menos de 90 días para el cierre de listas nacionales la doctora Kirchner se ha trazado un plan de reactivación de su iniciativa política que supone apariciones diarias en todo el país a través de, especialmente, comunicaciones satelitales y el uso arbitrario de las cadenas nacionales de radio y TV. Porque hay que decirlo: el Poder Ejecutivo ha violado reiteradamente el artículo 75 de la ley de servicios audiovisuales al no respetar ni la urgencia, ni el caso extraordinario, ni de trascendencia institucional, taxativamente estipulados como únicos momentos para unir en bloque a los medios. Por sólo mirar lo ocurrido en 2015, con una cadena nacional cada diez días, los anuncios que en algunos casos suponen programas interesantes para la población no cuadran en la misma ley impulsada como el corazón del deseo kirchnerista.
Es que en la lógica de este modo de ejercer el poder siempre hay un fin supuestamente mejor para violar la ley. La división de poderes de la República puede esperar si se cree que la presidenta tiene “derecho” a hablar de un caso judicial (Nisman o el que sea) para sentenciar desde la cúspide de uno de los poderes que hubo homicidio o suicidio, arrogándose facultades judiciales o, lisa y llanamente, perturbando la división de poderes. La ley de radiodifusión puede ser atropellada para hablar de plan canje de heladeras, de taxis o de la edad de Hebe de Bonafini, porque el “eje del mal” de los medios de comunicación que no son obedecedores oficialistas proscribe lo que se quiere decir. Algunos dirán que esos fines lucen como plausibles. Pero ni así hay modo de no ser considerado infractor si se pasa por encima de lo que la ley ordena a todos, aunque se trate de la presidenta. A algunos les cuesta entenderlo. Pero en la República, la ley nos iguala a todos e incluso está por encima de la primera mandataria. En otros modos de gobierno, no. Monarquías absolutas casi perimidas, autoritarismos concentradores de todas las funciones, por ejemplo.
De paso: en todos los periódicos, radios, canales de TV y medios electrónicos de esta semana se difundieron profusamente los seis planes sociales de descuentos (incluso en el interior, donde la tarjeta SUBE no existe gracias al unitarismo reinante) y el lanzamiento del billete conmemorativo de los derechos humanos. Sucede que muchos, además, ejercieron el legítimo derecho de opinar sobre ellos, cosa que sucede desde que el tiempo es tiempo y desde que el periodismo es posar una mirada crítica sobre quién está en el poder. Las alabanzas no son periodismo. Son propaganda.
Ya se sabe que para la presidenta disentir es ingresar al bando de los “otros”, de “ellos”, los “enemigos”. Si no, no se explica el enojo de la primera mandataria, quien en cadena nacional reclamó que se dejen de repetir los hechos de inseguridad para no crear un “clima falso” de temor ante la violencia física que se describe. La doctora Kirchner es una mujer más inteligente que la media y con un olfato político difícil de comparar con el resto de sus colegas. ¿De verdad cree que no hay inseguridad en nuestro país y todo es producto de ver el mismo robo ocho veces por día en el televisor provocando la ingesta de Rivotril de alguna familiar de un ministro? No puede creer semejante afirmación. Si lo cree, sería muy grave. Gravedad análoga a la del ministro de Economía, que afirmó que consignar científicamente la cifra de la pobreza es estigmatizar a los pobres. Inexplicable.
En este marco, de problemas serios negados y a los que se pretende esconder con discursos uniformes en cadena, es que vuelve a aparecer la especie consignada por el hombre de gobierno que piensa a Cristina en una boleta electoral. Tres son las opciones: legisladora del Parlasur, parlamento americano que le garantizaría una proyección internacional y fueros locales; diputada o senadora por Santa Cruz, cargo al que accedería sin sobresaltos por obvias razones; o diputada o senadora por la provincia de Buenos Aires. Aquí las motivaciones y opciones son varias. Por un lado traccionaría votos en el distrito más importante del país. Pero por el otro hay quienes especulan con verla en una lista que sólo proponga a Florencio Randazzo como presidente. ¿Y Daniel Scioli? Se las tendría que arreglar solo ante esta hipótesis, que implicaría el rompimiento definitivo del gobernador con la presidenta.
En todos los casos, el dedo presidencial está ya listo y en ejercicio para confeccionar elencos sabrosos para su paladar político capaces de ocupar todos y cada uno de los cargos que se disputen en 2015. El verticalismo peronista en cabeza de su jefe. Hay que decir que ese defecto de recurrir siempre al líder pretendidamente infalible se sigue colando en otras agrupaciones como el PRO de Mauricio Macri. El jefe de Gobierno de la Capital rompió la ecuanimidad y moderación cuando dijo que su sucesor debe ser Horacio Rodríguez Larreta y no Gabriela Michetti. A la senadora nacional no le alcanzaron los adjetivos para describir su estado de ánimo para con su, todavía, jefe partidario. Ya se dijo antes: la necesidad de los votos, de fueros o de garantías de continuidad de algunos modos de hacer política es siempre más poderosa que el deseo y las buenas intenciones. Muy parecido, otra vez, a que el fin justifica los medios.