—Quisiera titular esta charla de hoy “El sentido de la vida”. Hace unos días,
hablando con un amigo, él me decía que había comenzado a escribir una carta o una nota al diario El
País, de España, sobre la colonización, sus antecedentes, sus formas y sus consecuencias hasta
nuestros días. Y me contó que mientras estaba en la mitad del texto algo lo detuvo y reflexionó:
“La Biblia es el libro más leído, lo es hoy y lo fue en todo los tiempos. Y sin embargo,
¿quién ha reparado y aplicado sus enseñanzas?”. Acto seguido tomó su escrito y lo tiró a la
basura.
—No hace falta explicar por qué, ¿no es cierto?
—Claro, mi buen amigo pensó que si al libro de Dios nadie o muy pocos lo tienen en
cuenta, cómo suponer que alguien prestaría atención a su texto sobre España y la colonización. Esta
renuncia al buen emprendimiento es frecuente en el ser humano y mucho más frecuente en el ser
humano de nuestros días. Hace pocos días escribió una joven estudiante y trabajadora, Marisol,
planteando sus dudas sobre el continuar con el estudio. En su escrito manifestaba su desazón, su
incredulidad en el éxito (bien comprendido) cuando hay un escenario tan calamitoso que nos rodea y
nos asfixia. Es decir, algunas personas, hartas de tanta estupidez, de tanto resentimiento, de
tanto enojo notorio y público, de tantas mentiras, de tanto desorden y descalabro, se ven tentadas
a bajar los brazos. Es como si dejaran que un peso, una fuerza gravitacional existencial, los
sumiera desfallecientes en el sillón de la vida. Un sillón que suponen mullido y esponjoso en el
que podrán, al menos, caer tranquilos ante tanta violencia moral. Anteayer, precisamente, yo mismo
le dije a alguien que desearía retirarme a un lugar recóndito de las montañas. “Soplamos en
el viento —dije— y en el soplo se nos va la vida sin que nada se logre”. Y lo que
es más triste, es que soplamos a veces contra el viento fuerte de los ingratos e interesados. Eso
es muy doloroso realmente, eso resiente más que nada al motor impulsor.
—Los que se acuerdan de la persona cuando la necesitan. Pero, ¿qué le respondió ese
alguien con el que se encontró?
—Que nadie puede retirarse de la vida, nadie puede burlar el compromiso sin burlarse a
sí mismo. Y es cierto. Entonces cabe plantearse, amigo mío, ¿cuál es el verdadero sentido de la
vida? Estoy pensando la respuesta. En general creemos que el sentido de la vida es lograr aquello
que deseamos. En el caso de un hombre comprometido con los verdaderos derechos humanos (no estos
derechos parciales, insuficientes, que hemos inventado los argentinos que no son sino la máscara de
un ideario político) se supone que el sentido está dado por lograr un cambio. Mas si este no se da
¿el sentido de la vida se ha perdido para él? ¿El sentido de la vida se pierde para un papá o una
mamá que no han visto plasmado en su hijo aquello que soñaron para él? ¿El sentido de la vida se
extingue para un joven que no encuentra trabajo? ¿Se acaba el sentido cuando nuestro sueños,
nuestro anhelos, no se concretan? ¿El sentido de la vida se acaba con el desamparo y la soledad?
Estoy estudiando una respuesta que propondré tal vez mañana.
Candi II
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