—Agradezco a los lectores que permanentemente envían mails y adhieren al mensaje medular que
aquí siempre se ha dado y en el que no ha estado ausente, desde luego, la cuestión trascendente
para el ser humano, esto es la vida (no la mera existencia) y el orden espiritual. Agradezco las
palabras recientes de José Nelson y su esposa, y de Mabel quien termina su mail agradeciendo la
existencia de esta columna (el mérito, si lo hay, no me pertenece). Y por supuesto agradezco
también a aquellos que con respeto han disentido con los contenidos y me han ayudado a tener otra
visión de la vida. Hace dos días o tres hablé de la esperanza en un nuevo orden. Dije entonces que
“detrás de este alud que baja destrozando, viene un nuevo orden. Por eso el verdadero
optimista no es aquel que observa lo poco que queda de bueno en la avalancha, sino el que sabe ver
el todo que quedará cuando ésta acabe”.
—Y precisamente el ingeniero César Cati ha enviado un mail con un interrogante:
“Estimado Candi: en esta nota veo reflejados mis sentimientos. La gran duda: nuevo orden,
¿sobre qué bases morales? Cordialmente. Ingeniero César D. Cati”. ¿Qué le responde, Candi?
—Sobre aquellas bases que son eternas, inmanentes y que pertenecen al orden natural
primigenio y único. No se puede ocultar una realidad mundial cual es la de que una pléyade de
inescrupulosos ha trastrocado el orden universal. Hoy esto es una realidad planetaria, con fuerte
presencia en algunos países en donde se rinde culto a la violencia o se la tolera, en donde la
mentira es descarada, la degradación de valores preocupante, la impunidad es considerada un
derecho, el abolicionismo una garantía y el orden autoritarismo. Esta transformación no es casual
ni inocente, responde a un plan, un plan que no es estrictamente ideológico y que abunda en
hipocresía. Basta observar que algunas corrientes de pensamientos que ayer condenaban al régimen
nazi, por ejemplo, hoy defienden a quien niega el Holocausto y quiere matar a todo un pueblo. En un
carnaval se intenta pasear una carroza alusiva. No es el único carnaval, desde luego, aquí también
hay otros carnavales y otras carrozas. Por eso es menester que los hombres de buena voluntad, y más
agudos para la observancia de la realidad, comprendan que el enemigo común es el mal. Buscar a la
herramienta del mal en un ideario político o religioso es un tremendo error que sólo beneficia a la
fuente fétida. Este nuevo orden en el que yo creo, surgirá de una manera u otra, más tarde o más
temprano, porque en realidad su irrupción no depende del hombre. Sin embargo, el ser de buena
voluntad no puede permanecer ajeno. Hay que comprometerse. ¿Tiene un costo? Por supuesto que sí, la
malignidad no entregará el terreno graciosamente. Como lo escribí hace un mes, en ocasiones el
costo será la descalificación del líder, la ridiculización de aquel que pregona un cambio y hasta
su propio asesinato. La historia nos da ejemplos de ello: desde Gandhi hasta Luther King, pasando
por un presidente como Kennedy. Pero ¿acaso habrá que entregarse? No, porque no se trata de
nosotros, sino de nuestros hijos, de los hijos de los hijos. Creo que resignarse al imperio del mal
es convertirse a su propia naturaleza.
Candi II
([email protected])