—En cuanto a accidentes de tránsito, Inocencio, me parece que es atinado afirmar que el
Estado ha desaparecido, como en tantas otras cosas, y no lleva a efecto el rol que le compete. Es
muy cierto que hay conductores desaprensivos, idiotas (en el sentido más peyorativo que vulgarmente
se le asigna a este término), patoteros y poco hábiles para el manejo. Pero no es menos cierto que
el Estado le concede la licencia de conducir a cualquier persona (sin estudios serios realizados
previamente como psicológicos, por ejemplo) muchas de la cuales ni siquiera conocen las reglas
básicas de conducir. Se advierte que algunas normas han cambiado, porque cuando yo obtuve la
licencia por vez primera, esto es en la década del 60, me enseñaron, entre otras reglas, que ningún
vehículo podía adelantarse por la derecha. ¡Hoy por la derecha, mi amigo, lo pasa una bici, una
moto, un auto, el taxi, el colectivo, el camión y todo lo que se le ocurra! Todo el mundo va
apurado, todo el mundo va enojado. A los bobos que andan a velocidad excesiva en la ciudad, a los
que pasan las esquinas sin poner el pie en el freno y reducir la marcha, a esos nadie los controla,
pero al pobre laburante que dejó el auto mal estacionado (sin que constituya un peligro) y se bajó
10 minutos para realizar un trámite a ese le confiscan el vehículo.
—Yo convalidaría la grúa (y lo hemos dicho aquí) si todo lo demás, y que
es lo más peligroso, estuviera resuelto. Acepto la grúa en un país del Primer Mundo donde todo está
ordenado, ¿¡pero aquí?! En realidad la grúa debería estar al lado de dos inspectores de tránsito
motorizados y de un patrullero policial para llevarse el vehículo del que pasa el semáforo en rojo,
del que le pone la trompa del auto al peatón, del que va a velocidad excesiva. Entonces yo
aplaudiría, para tales casos, la presencia de la grúa. Pero el Estado está en otra cosa, está en lo
más fácil y conveniente: la recaudación.
—Es ese mismo Estado que no está presente en las rutas provinciales y
nacionales controlando si los camioneros y colectiveros (y sus respectivas unidades) están en
condiciones de circular. ¿¡Sabe usted Inocencio cuántos camioneros he observado en los últimos
meses que se duermen en las rutas mientras conducen?! Van zigzagueando.
—Y es ese mismo Estado que no ha realizado, en años y años, obras viales
acordes con el crecimiento del parque automotor. En fin, ¡es el Estado argentino y sus hombres!
—Y a propósito de desorden, observaba ayer un informe del canal nueve de
televisión sobre cómo las pandillas en Buenos Aires, en plena luz del día, asaltan a mano armada a
peatones, automovilistas, les disparan sin más límite que la absoluta impunidad. Imágenes tremendas
de un país devastado. Y después me vienen con el cuento de que somos víctimas de nuestro éxito.
—¡La onda “garantista criolla”, che! Los delincuentes tienen
todas las garantías necesarias para hacer lo que les venga en gana. Y si no le gusta váyase a otro
país, Candi.
—Pero la culpa no la tiene el chancho... Esto también lo tengo claro.
Candi II
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