—Este primer párrafo es un agregado a la columna ya escrita para decir que días pasados me hice eco de una carta enviada por un hombre dedicado a la ayuda al prójimo, Julio Esquivel, que planteaba el grave problema de toda una familia que vivía en condiciones desesperantes y cuyo papá no tenía trabajo. Quiero informar que gracias a esas almas caritativas que mantienen el universo, esta familia de Villa Gobernador Gálvez recibió ayuda y el padre trabajo. A quien hizo posible esta obra de bien, que Dios lo recompense “con una medida rebosada”. Ahora la columna que ya había escrito.
—Es la primera hora de la mañana de ayer, la ciudad duerme aún y me he despertado pensando en que hemos desairado a Dios, nos hemos apartado de El, hemos roto el pacto. No lo hicimos ahora, ciertamente. Tal parece que el desaire no es de nuestros días, pues no pasó mucho tiempo desde que éramos homo sapiens, cuando tomamos conciencia de quiénes éramos y de qué poder disponíamos, para que el libre albedrío del que fuimos investidos lo usáramos no del todo bien. Podría decirse que en muchos casos lo usamos pésimamente. La primera historia de traición a Dios, a su ley, y de traición a la propia felicidad, la encontramos en el gran crimen de Caín. Ese que le hace decir a Dios: ¿¡Qué habéis hecho!? Pero lamentablemente, desde entonces los seres humanos fuimos de mal en peor en ciertos asuntos, aunque en otros, inobjetablemente, alcanzamos un desarrollo extraordinario. Pero esto último no bastó para la lograr la felicidad, como se puede ver en nuestros días. Todos tenemos un Caín que aflora de vez en cuando y todos sufrimos.
—Dios dijo, según la escritura: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.» Y esas palabras, pocas veces comprendidas y tantas veces mal enseñadas por ciertos religiosos, parecen guardar la verdad. Comimos del árbol de la ciencia del bien y del mal, es decir tuvimos conciencia, “supimos” y “advertimos” que disponíamos de “libertad”, pero en lugar de utilizar ese saber y esa libertad para dirigirnos hacia un estado de inocencia, de pureza, de justicia, de solidaridad, de amor, la usamos para crecer individualmente en desmedro de nuestros propios hermanos (la historia de Caín y la historia de siempre, especialmente de nuestros días). Entonces, en definitiva, algo murió en todos nosotros, en todos. A Dios no le molestó, claro, que “supiéramos”, le dolió (y le duele) que ese conocimiento, esa libertad concedida, la hayamos usado muy mal. Egoísmo, ambición desenfrenada, exaltación de valores banales, efímeros, insustanciales y, lo peor de todo: crímenes de toda laya cometidos contra nuestros pares, en aras de intereses personales y sectoriales. Sí, hemos roto el pacto primero. Por eso el sufrimiento (en sus variadas formas) ataca a todos y es una forma de muerte. Pobres y ricos, poderosos y sojuzgados, perecen en vida de alguna manera y en muchos momentos. No dudo de que están los justos, pero… Seguiré mañana.