Esta columna no pretende espantar la lluvia de críticas que hoy cae sobre el rendimiento de Jorge Broun en el arco de Central. Tampoco la pretensión es ponerse el traje de abogado y asumir la defensa del uno canalla.
Por Mauricio Tallone
Esta columna no pretende espantar la lluvia de críticas que hoy cae sobre el rendimiento de Jorge Broun en el arco de Central. Tampoco la pretensión es ponerse el traje de abogado y asumir la defensa del uno canalla.
Estas líneas sencillamente alimentan otro capítulo del eterno juicio al que se lo somete cada vez que juega el equipo.
Es una obviedad asegurar que Broun dejó de ser una garantía para la gente de Central. Hace rato que el hincha no le perdona nada. Lo culpa de todo. Pero no siempre el termómetro popular dice la verdad. Porque tampoco es justo hacerlo cargo de todos los males y de todos los goles que le convierten al equipo. En todo caso, las últimas macanas que se mandó siempre estuvieron acompañadas por el aporte involuntario de sus compañeros.
Por ejemplo, en el controvertido penal de Valentini ante Gimnasia (LP) no sólo debe sentarse en el banquillo de los acusados al arquero por esperar mansamente que la pelota llegara a sus manos. El defensor también comete el pecado de cubrir con cierta fragilidad la atropellada de Altobelli. Otra equivocación compartida, esta vez entre Méndez, Delgado y Valentini, se produjo en el gol a los 15 segundos que inauguró la goleada de Instituto. Además pueden apuntarse otros errores que cometió y que costaron derrotas o resultados no deseados. Así y todo, Broun no debe salir del equipo.
Es lo mejor que Pizzi tiene a mano en el puesto. No es la reencarnación de Fillol. Tampoco es el gordito que llegó al arco por descarte. Es simplemente un jugador al que la gente lo somete a un juicio perpetuo.