Noche crecida en avenida Belgrano, bajo los palos borrachos contra cuyos troncos espinosos no se puede abrazar a nadie. Paisaje que el corazón conoce de memoria.
Noche crecida en avenida Belgrano, bajo los palos borrachos contra cuyos troncos espinosos no se puede abrazar a nadie. Paisaje que el corazón conoce de memoria.
(Uno no puede evitar repetirse, aunque haya matices distintos en la vieja soledad. Aunque se vean nuevas sombras en el caleidoscopio del alma, que suele virar del gris al rojo).
Noche que se vuelve madrugada, estrellas líquidas, silencio profundo en las veredas. Apenas algún perro perdido que se cruza y no mira.
Voy silbando para mí. Fernando Cabrera, ese milagro de la canción uruguaya que parece Montevideo
hecha música.
La ciudad desatará su infierno en apenas un rato. Por ahora, todo es paz. Todo es
mentira.
La verdad llegará después, cuando aparezca la gente.
No es cierto, entonces, de ninguna manera es verdadero el viento que murmura entre las flores amarillas de las tipas. No es cierto el río que en este instante se ha vuelto una lámina inmóvil. Y yo tampoco soy real: apenas una sombra del pasado que aún no quiere despedirse de la ciudad que ama.
Me miro los zapatos que pisan las mismas baldosas de hace dos décadas y pienso: quedan cada vez menos certezas.
Enumeremos: la belleza del whisky bajo los jacarandaes de Maipú y Urquiza.
El aroma de un libro recién abierto.
Los ojos de mi hija.
La risa de los amigos en los bares fraternos.
El nombre que pronuncio en voz baja antes de llorar.
La espuma que corona el primer mate de la mañana.
La garza que remonta vuelo hacia la isla.
La suavidad del cielo sobre el mar de La Paloma.
El concierto para violín de Beethoven. Dylan cantando “Don't think twice, it's
allright”.
Y el amor que espera en alguna parte.
Como la revolución.
Como la muerte.