Alicia Cabezudo es una reconocida educadora rosarina. Su larga experiencia
educativa la construyó recorriendo distintas naciones, casi siempre con el mismo objetivo:
demostrar que la escuela mucho puede hacer por construir una cultura de paz y entrenar para la
participación democrática. Esa es una de las razones que le permite afirmar con convicción que "los
chicos deben participar de las decisiones importantes de la escuela".
Es profesora del departamento de formación docente de la Escuela de Ciencias de la Educación de
la Universidad Nacional de Rosario (UNR), también docente de la Universidad de la Paz, ubicada en
Costa Rica y que depende de Naciones Unidas. Y además, una de las referentes académicas del
Congreso Internacional Rosario 2010, que se realizará del 13 al 16 de mayo
(www.congresorosario2010.com.ar). Precisamente en ese encuentro y entre los temas clave a tratar
figuran la democracia participativa y la educación para la convivencia, cuestiones sustanciales
para sumar también a la agenda del Bicentenario.
—¿Qué significa hoy hablar de educación para la convivencia?
—En primer lugar significa educar para la democracia, entendiendo a ésta en el mejor
sentido, que es hablar de la horizontalidad de las relaciones, el intercambio y el respeto de todos
los individuos de la sociedad, algo que me parece que está faltando hoy. Es también hablar de
educar para la diversidad, es decir reconocer la existencia de distintos grupos que conviven en una
sociedad, lo cual implica aceptar la multiculturalidad. O en otras palabras, es aceptar la
existencia de un mundo formado por múltiples grupos que enriquecen nuestra existencia.
—Entonces, ¿qué tarea tiene la escuela para alcanzar aquella meta educativa de
"Aprender a vivir juntos"?
—La escuela es un centro socializador por excelencia, si realmente prepara para vivir en
sociedad, entender, comprender y visualizar el mundo en que vivimos, sin dudas una tarea será tomar
a la diversidad como tema ineludible. Tiene que enseñar que se vive en un mundo multicultural y
diverso, para no crear una caja de cristal independiente de la realidad circundante.
—¿Y qué herramientas no deberían desconocer los docentes para enseñar sobre
democracia participativa?
—El término democracia es uno de los más vapuleado hoy y desprovisto de significación.
Hemos tenido que construir nuevos mecanismos que son los de democracia participativa, donde es
condición fundamental la igualdad de oportunidades y condiciones. Y la escuela, como agente
político y socializador debe entrenar para esto. Para eso no sólo debe ser un instrumento básico de
los docentes que los chicos voten simulando elecciones, que tengan delegados en sus cursos, que
levanten la mano o aprendan a diferenciar el poder legislativo del judicial o del ejecutivo. A
veces esas propuestas se vuelven ficciones en un entorno autoritario. Los chicos deben participar
de las decisiones importantes de la escuela. Es común que se les pregunte acerca del color de la
paredes, pero nada sobre lo que piensan de lo que están aprendiendo y cómo se podría hacer mejor
ese aprendizaje. Eso se vuelve en un juego cruel, donde se cree que hay un aula democrática, pero
sólo se imita la participación. Hay que entender que los chicos son agentes activos en el proceso
de enseñanza y de aprendizaje. Esto lo debe permitir la escuela, porque es una preparación para la
vida política y social en democracia.
—¿Qué lugar deberían ocupar estos temas vinculados con la democracia participativa en
la formación docente?
—Un lugar clave. Enseñar y preparar acerca de los derechos humanos, de la democracia
participativa y de la cultura de paz significa un compromiso de parte del Estado.
—¿Cuál es la preocupación común a nivel internacional en materia de educación para la
paz?
—Lo que más que más preocupa es el tema de la construcción de la paz,
donde entran las variables del respeto a los derechos humanos, a la multiculturalidad y a la
solidaridad. Son los tres ejes fundamentales que algunos países ya tienen en sus diseños
curriculares, mientras que para otros son temas incipientes. También la necesidad de diferenciar, y
quiero recalcarlo, que el trabajo de cultura de paz no tiene nada que ver con aquella imagen de la
palomita volando feliz. Educar para la paz es educar ciudadanos concientes de la realidad social,
que luchen por los derechos de todos, la solidaridad internacional y el derecho a vivir en un mundo
mejor. Y esto no lo hace una paloma tranquila que vuela con un laurel en la boca, sino más bien un
grupo de cóndores trabajando a full por ese mundo mejor.