Un verdadero escritor siempre tiene algo de Quijote. Es capaz de aguantárselas
solo si hace falta. Y hará lo que debe hacer aunque nadie lo aplauda ni palmee. No es un agente
literario ni un experto en marketing ni un blando: no le importan las ventas, las críticas y mucho
menos las listas de best sellers.
En Argentina esta especie ya no abunda. Entre capillas elitistas, profesionales
de la grisura y camaleones que cambian todo excepto su capacidad para aburrir, gran parte de lo
mejor debe ser buscada en el pasado.
Raúl Gustavo Aguirre fue uno de esos tipos de los cuales se justifica estar
orgulloso. Pero primero, claro, hay que conocerlo. Hoy soslayado o simplemente ninguneado, su
talento era equiparable a su generosidad y su ética. Su obra poética, hermanada con las búsquedas
del surrealismo, tiene gran hondura. Pero también merece ser recordado como el director de una gran
revista, “Poesía Buenos Aires”, y por su fecundo trabajo en un oficio tan humilde como
necesario: el de traductor.
Gracias a él muchos pudimos leer en versiones sensacionales lo mejor de la
poesía francesa de los siglos diecinueve y veinte. Yo atesoro con especial cariño una antología de
tapas grises publicada por Fausto y que a principios de los años ochenta transpiré como un loco
para conseguir. (Después cometí el error de prestársela a un amor de aquellos años que me la
devolvió en estado ruinoso, pero al menos me la devolvió).
Ahí va una muestra de la belleza que acecha en casi cualquier página de ese
libro:
Fidelidad
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa hacia dónde en el tiempo dividido. Ya no
es mi amor, todos pueden hablarle. Ella no recuerda ya: ¿quién en verdad la amó?
Busca su igual en el ruego de las miradas. El espacio que recorre es mi fidelidad. Dibuja la
esperanza y suavemente la despide. Es decisiva sin que tenga que ver en ello.
Yo vivo en su profundidad como un despojo feliz. Sin que lo sepa, mi soledad es su tesoro. En
el gran meridiano donde se inscribe su vuelo, mi libertad lo excava.
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa hacia dónde en el tiempo dividido. Ya no
es mi amor, todos pueden hablarle. Ella no recuerda ya: ¿quién en verdad la amó y la sostiene desde
lejos para que no se caiga?
René Char, Fureur et Mystère (1948)
Raúl nació en 1927 y murió, demasiado joven, en 1983.
No será olvidado.