A los 12 años fui con tres amigos de La Boca a ver el retorno de Almendra en Obras. Era 1980, estaba en séptimo grado y fue mi primer recital. Quería conocer a un tipo que cantaba cosas que no siempre entendía pero que estallaban de luz encarnando en mí como relámpagos de sodio. Lo que vuelve a Spinetta universal y eterno es haber atravesado su tiempo hacia adelante y hacia atrás. Es haber entablado un vínculo íntimo y único con la sensibilidad de cada uno de sus espectadores. Pincelazos como "la verdad es lo más intranquilo", "tengo que aprender a volar entre tanta gente de pie" o "ella vino a mojarse los pies a la luna" nos hicieron sentir que podemos ser mejores. Lo mismo con la correntosa adrenalina de sus armonías porque nunca sabremos si fue mejor músico o mejor poeta. Hoy, aturdidos y agradecidos, nos lanzamos a bañarnos en el caudal de todo lo que recibimos. Mientras, el Flaco viaja sonriente, regando los malvones de su cabina en su nave de fibra, hecha acá nomás.