Los pronósticos agoreros retumban con fuerza en este año que se inicia. Los discursos pesimistas
circulan en mayor volumen y velocidad que los que irradian cierto optimismo. Los medios
internacionales aseguran que "el mundo se prepara para una profunda recesión económica en 2009". El
gobierno argentino bajó la expectativa de crecimiento anual de la economía al 4 por ciento,
mientras sigue evaluando nuevos planes de estímulo para reactivar el consumo, algunos más eficasez
que otros. Sin embargo, gran parte de la oposición política, algunos sectores económicos y varios
buitres que siempre revolotean en momentos de crisis apuestan todas sus fichas al fracaso, al
derrumbe, cuando los grandes perjudicados si ello ocurriera sería como siempre la mayoría de los
argentinos.
Repiten hasta el cansancio ante cualquier micrófono que se les cruce que "está todo mal",
plantean la peor hipótesis posible y presionan para devaluar el peso (quieren un dólar a 4,50)
defendiendo los intereses de determinados sectores del poder económico. Claro, no dicen que esto
llevaría casi automáticamente a una fenomenal suba de precios. La economía se maneja con
expectativas, por lo que las personas públicas deben ser muy cuidadosas con los pronósticos
apocalípticos, ya que se pueden convertir, por desgracia, en lo que el sociólogo estadounidense
Robert K. Merton denominó "profecías autocumplidas".
Entre tanto pesimismo, sobresalió en la última semana el intendente Miguel Lifschitz con un
discurso de cierto optimismo. Lifschitz indicó que "en materia de obras el año que viene será un
año con muchísima inversión si siguen adelante los proyectos y los planes que están comprometidos
tanto por parte del gobierno nacional como el provincial. Tambien será importante nuestro aporte
destinado a la obra barrial, a las obras del presupuesto participativo. En conjunto creo que va a
haber una fuerte inversión pública. Por otro lado también habrá un fuerte proceso de inversión del
sector privado. Soy bastante optimista respecto de la marcha de la economía en la ciudad de
Rosario, a pesar de la crisis".
Soy un optimista nato, así que frente al pesimismo y la desconfianza que reina en algunos
sectores, me quedo con el discurso de Lifschitz. No sólo por una cuestión filosófica, sino que hay
razones para tener cierto grado de optimismo: durante el 2008 el Banco Central argentino administró
exitosamente y sin grandes cimbronazos dos situaciones muy complejas que vivió el país, la protesta
del campo y la profunda crisis financiera internacional.
El 2009 puede ser el año de la recuperación económica o el de las profecías autocumplidas. Yo
apuesto por la primera. Como me dijo hace unos días una colega, "2009, vení, no te tenemos miedo".