Tengo dos hijos 8 y 5 años a quienes suelo decirles que son como máquinas refinadas de consumo en el sentido de que lo que ven, lo quieren. Hablar de límites con ellos es una tarea bien compleja, además de un desafío que parece interminable. Vuelvo a la frase de cabecera de mi viejo: "Ocúpate por generar, hijo, porque gastar es fácil".
Es una situación habitual y lógica que los padres debemos responder a las inquietudes propias de niños de esta edad, quienes por delante sólo tienen un único objetivo: saciar sus incontrolables instintos de compra.
Estos instintos tienen poco que ver con una necesidad real y mucho con el efecto imitación, entre otras cosas (la carrera armamentística pediátrica).
Es cierto y comprobado que los agentes económicos (ahora me sumo) somos influenciados casi irremediablemente por la inteligencia artificial del marketing que "deduce" nuestras ambiciones, sólo porque una vez dimos algún click por ahí.
Entonces, a partir de este momento, los algoritmos cobran vida para ofrecerte 24 horas por 365 días del año oportunidades de saciar tu deseo de compras (conseguir bienes).
En economía llamamos bienes a todo aquello que en forma directa o indirecta procuran una utilidad o satisfacción de necesidades, es decir, nos dan aquello que buscamos.
A su vez, los bienes se dividen. Están los "libres", o sea los que se encuentran en la naturaleza y para tenerlos no necesitamos ser expertos o académicos. Estos bienes son abundantes, no tienen un dueño, son gratuitos, intransferibles, tienen valor de uso pero no de cambio y desde ya tienen utilidad. ¿Un ejemplo? El aire, el sol, la naturaleza en sí misma.
Por otro lado están los bienes "económicos", que son los creados por el hombre. Son escasos, tienen propietarios, se pueden transferir, tienen valor de uso y valor de cambio, como un vehículo, una computadora, un inmueble, bienes sobre los que debes hacer un esfuerzo para lograrlos y cumple con una lógica económica: tenerlos cuesta.
También los economistas clasificamos a los bienes según sus "elasticidades", un concepto que fue introducido al mundo académico por Alfred R. Marshall (1842-1924) con el objetivo de poder determinar, en términos de cantidades, cómo los cambios de una variable pueden influir en otra. Por ejemplo, cuando varía el precio, cómo impacta en las cantidades compradas.
La lógica y las matemáticas (excepto para mis hijos) avalan la idea que a medida que se necesitan más recursos (dinero) para conseguir algo (bien o servicio) buscás reemplazarlo por algo al que sí tenés acceso en términos de tu presupuesto. A medida que sube el precio de algo, si podés evitarlo, mejor. Si no tenés que buscar los sustitutos (la ley de la demanda clásica de pendiente negativa).
Hay dos elasticidades extremas; la "inelástica", es decir que la cantidad deseada no se altera aún con cambios en el precio ( por ejemplo, la insulina o ciertos combustibles porque no podés reemplazarlos) y la "elástica", variante que describe la situación en que un minúsculo cambio de precio puede y tiene enorme repercusiones en la cantidad deseada o finalmente comprada ( como los autos que modifican el precio, según las gamas son reemplazados por las opciones que no sufren los cambios).
Pero como todo en la vida, existen excepciones y son los bienes Giffen, justamente el argumento en el que se escudan mis hijos con sus demandas, que poco entienden de economía y mucho de deseos.
Fuera de lógica
El economista escocés Robert Giffen (1837-1910) advirtió una realidad que no se ajustaba a la lógica matemática. Determinados tipos de bienes aumentaban su demanda aún cuando el precio subía. O sea, ¿una demanda con pendiente positiva? Si.
Su estudio deriva de un análisis realizado en el año 1846 cuando veía cómo reaccionaban las familias ante la decadente situación económica cuando dejaban de consumir carne (porque no podían pagarla) y ante una mala cosecha de patatas (un bien inferior y parte importante del presupuesto familiar) el precio subía incesantemente.
La resultante fue que la gente con menos recursos y precios crecientes debieron sustituir carnes por patatas, generando una demanda creciente. ¡Toda una novedad para los economistas de laboratorio!╠
Algo similar es aplicable a nuestra economía en términos de la inflación (como impuesto regresivo) que además de distorsionar los engranajes de la lógica, te obliga a sustituir lo que querés con lo que podés (pagar), haciendo que debas reasignar tu presupuesto y aunque sean bienes de inferior calidad a los que estabas acostumbrado, debas ahora mirarlos con cariño (segundas marcas, envases iguales de lindos pero con menos contenidos, entre otras alternativas).
Intentando analizar cómo se mueven estas variables de la economía, pensaba que la moda como concepto es en sí mismo es un bien Giffen. Moda en el sentido de la pertenencia y de la segmentación que la misma filosofía de las marcas comunican por medio de sus diseños, colores, modelos, logotipos y fundamentalmente precios.
Estos bienes también fueron analizados por Thorstein Veblen (1857-1929) quien dio cuenta que los bienes suntuosos como carteras, coches, vinos, motocicletas y joyas, entre otros, ante una baja del precio se dejan de comprar porque pierden el carácter y percepción de "exclusividad". Por ende, cuando el precio aumenta se vuelven más deseables y preferibles (efecto "Veblen").
De allí la psicosis que ciertos segmentos de consumidores desatan ante la novedad con un frenesí de compras aunque con una tasa marginal de satisfacción real pero con una innegable demostración de posicionamiento social.
Luego de esta explicación académico-practica que les di a Pancho y Abril mientras desayunábamos en una de estas casas de comidas rápidas, me miraban con ojos perdidos y sin haberlos convencido en lo mas mínimo de mis argumentos, me dijeron: "Papá, todo bien lo que decís, pero ¿nos comprás algo?".
De esto también se trata la economía.