Las dos últimas páginas aluden a hechos ocurridos a menos de diez cuadras uno del otro. En la 31 se narra el juicio por un ataque en el acceso sur que mató a un conductor. El otro es el asesinato de un chico de 14 años con dos hermanos a los que ya habían matado en la zona de Ayacucho y Uriburu. Es un distrito arrasado por la marginación, la falta de vivienda y empleo, las adicciones y la venta de drogas. En lugares así la violencia es parte de la lógica.
Este paisaje que se ve en La Tablada, Villa Manuelita, Saladillo, Villa del Tanque no nació de la nada. Su germen es un proceso complejo que incluso tuvo un consenso social del que nadie se hace cargo. Los proyectos que trajeron precariedad y desempleo fueron votados. Revertirlos demanda un esfuerzo descomunal en recursos económicos y humanos.
El año pasado la tasa de homicidios en Rosario creció un 30 por ciento con respecto al año anterior y la zona más castigada por esa violencia fue esta misma. El problema, aún con la intervención más eficaz, tardará mucho en mitigarse. Su presente es muy crítico. En el último mes calendario en esta área urbana hubo seis crímenes. No es que todos respondan a la misma lógica. Pero los vecinos gritan que los que se trenzan en tiroteos a ciegas ponen en riesgo a todos. Sólo el Estado puede actuar contra ese desamparo.
La madre del chico asesinado, como cuenta la crónica central, fue a Tribunales a buscar ayuda porque a su hijo lo matarían. Y lo mataron. ¿Quién podrá convencerla de que las instituciones del Estado son algo importante? Aquí está cifrada la valía del desafío. La asunción de un hombre con sensibilidad social como Raúl Lamberto en el Ministerio de Seguridad es propicia para situar la dimensión de la urgencia. Un lugar donde, como dijo al asumir, la política no puede basarse en la fuerza policial. Donde es imperioso tener voluntad, imaginación y recursos para combatir los peligros del escepticismo.