Como quien dice ¡agua va!, arrojando su escatológico contenido a la platea, un grupo de nobles, devenidos en pordioseros, rememora sin tapujos el crimen de un niño del que son responsables. Montado sobre esa anécdota, oscuro, decadente, violento, sexuado y repulsivo, "Representación nocturna del Marqués de Sebregondi" es un espectáculo teatral que, inspirado en la obra del poeta argentino Osvaldo Lamborghini y con dirección y dramaturgia de Matías Martínez, continúa en cartel sostenido por un texto lapidario, excelentes actuaciones y esa rara atmósfera de las cortes medievales donde la moral no tiene permiso ni cabida.
Estrenada en 2015 por la Sociedad Secreta de Actuación, la obra es parte del actual Circuito del Instituto Nacional de Teatro, se presentó en Villa María, Reconquista y Santa Fe, y representará a la provincia en el Festival Arribos Nacionales que tendrá lugar a fin de mes en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires, mientras que en febrero viajará a España para ser parte de la feria de arte contemporáneo ArcoMadrid.
Caricaturesca. La puesta trasunta su texto base y hasta lo profundiza con aportes estéticos indisimulables. Así, "El niño proletario" toma una dirección donde la anacronía finalmente no es tal y donde la violencia tampoco es simbólica.
Envueltos en un ambiente fétido de elecciones sexuales conocidas como desviadas y amparados por ropajes que alguna vez supieron explicitar su nobleza de origen, los personajes acaban siendo una caricaturesca aproximación a los contemporáneos discursos de una clase reaccionaria y explotadora que naturaliza la dominación, actualizando la temática y trasladándola, a sabiendas de su intencionalidad política, al presente.
También lo que a priori aparece solamente como declamación, en este caso producto de un escabroso recuerdo, se hace carne en una culpa de pacotilla propia de quien es juzgado por reglas que no comprende ni quiere comprender. Animadversión que devuelve a escena el cuerpo inerte y destrozado de la víctima.
Perversos. Es en ese momento que con virtud y técnica se despliegan las actuaciones de Martínez y Martín Fumiato, ya que el tercer actor en cuestión, Matías Tamburri, se dedica casi exclusivamente a ponerle sonidos clásicos e incidentales a la trama.
Altamente corrosivos, con un gran manejo de las distorsiones del habla y del lenguaje, inimputables en su condición de clase, agresivos y estrafalarios, perversos, indolentes e indecentes, estos violadores y asesinos encuentran en sus intérpretes una forma de proveerse de una corporalidad intensa, impactante y, sobre todo, excéntrica. Martínez se vale de su solidez y experiencia, y Fumiato de su físico y su monolítica presencia, para darle carnadura a un relato que además se nutre de un vistoso e impactante maquillaje y vestuario creados por Ramiro Sorrequieta, adjetivos que bien califican al montaje y escenografía de Federico Fernández Salafia y Cristian Grignolio.
Se trata, en suma, de recrear una historia provocadora y repugnante, pero para valientes. No por exclusiva o excluyente, sino por necesitar, el espectador, de una buena dosis de realismo para que su imaginación no lo traicione, y con ella, su estómago haga lo mismo.