Cada 9 de agosto se conmemora el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, instituido por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 23 de diciembre de 1994. Desde que Cristóbal Colón descubriera el nuevo continente, a los indígenas americanos se los llamó indios, en virtud del famoso error del navegante genovés, quien creía haber encontrado la tan anhelada India de las especias, siguiendo un derrotero marítimo libre de abordajes piratas y de conflictos con los portugueses. Pero en vez de hallar la ansiada ruta occidental de las especias, el almirante siguió la ruta atlántica hasta su histórico desembarco en la isla Guanahani. La palabra indio tuvo su mayor resonancia en las novelas y películas sobre el farwest. En Argentina, el militar, periodista y político Lucio Victorio Mansilla, también los llamó indios en sus apuntes publicados en el diario La Tribuna de 1870, que dieran lugar después a su conocido libro: "Una excursión a los indios ranqueles", premiado en París en 1875. En los últimos años se fue dejando de lado la denominación de indios, para reemplazarla por la de indígenas y últimamente por la de pueblos originarios. En los tiempos de la conquista española y portuguesa, las naciones aborígenes fueron diezmadas por la superioridad armamentística, el uso de caballos y las enfermedades portadas por los invasores; impensadas "armas biológicas" que desataron devastadoras epidemias. Después, los propios gobiernos "civilizados" de América, siguieron el ejemplo europeo matando indígenas, alojándolos en reservas o dejándolos en la más paupérrima situación de vida; con ríos y arroyos contaminados y al borde de la desnutrición. El lema del año pasado de las Naciones Unidas en relación a las comunidades indígenas, fue garantizar su salud y bienestar. El Papa Francisco se manifestó en igual sentido, y supongo que independientemente de investiduras, cualquier persona bien nacida desea lo mismo. Creo que los responsables de los Estados tendrían que tomar al pie de la letra esa sugerencia, destinando tierras aptas para la agricultura, la caza, la pesca y con provisión de agua potable, para los que quieran seguir con la libertad y pureza que tuvo la vida de sus antepasados. Además, más allá de esa intención de vivir según las más antiguas tradiciones, debieran tener asegurada una rápida y eficiente atención médica. Pero me parece que las poblaciones aborígenes deberían ir derivando hacia los beneficios de las sociedades modernas más avanzadas, desmitificando aquello de la identidad y el estilo de vida ancestral que resulta muy romántico, pero que corre a contramano del mundo actual, no obstante sus luces y sombras; sombras que deben ser iluminadas rápida y definitivamente. De todas maneras, nada les impediría conservar su lengua, su folclore y su historia. Naturalmente, esa inserción debe ser propiciada decididamente por los gobiernos. En tanto ello no suceda, y tal vez nunca ocurra, habrá que seguir conmemorando cada 9 de agosto, el Día Internacional de los Pueblos Indígenas.