“Hay que generar fulbito como en los baldíos, que haya ciento de picados para que los chicos jueguen e investiguen sobre el juego y su cuerpo. Hay que recuperar esos espacios y que el profe los mire en silencio, los acompañe y comparta lineamientos para que vayan perdiendo los miedos”, dice Kurt Lutman.
“El jugar en el barro, sobre la baldosa despareja y resbaladiza, en la oscuridad o gambeteando alrededor de un árbol y sin límites es un aprendizaje para el cuerpo, el juego y la vida. Pero en Santa Fe no hay una política para desarrollar fútbol barrial, como son los Juegos Evita. Pavimentaron los parques”, resalta.
Tras su debut a los 17 años, jugó en Godoy Cruz de Mendoza, Huracán de Corrientes. En Mendoza se cruzó un 24 de marzo con una marcha de las Madres de la Plaza de Mayo y eso lo marcó. Pensó que había nacido en épocas en que fueron secuestrados muchos bebés, por ello se acercó a Hijos y militó desde el deporte.
Ese mismo compromiso con la justicia lo movilizó en reclamos solidarios por los sueldos de compañeros y chicos que en sus clubes no cobraban lo pactado. También decidió seguir sin representante, quien le había aconsejado “no meterse”, ya que él había cobrado. En el 95 debutó con Ñuls en primera, pero los enfrentamientos con el autoritarismo del presidente Eduardo López y sus actitudes, como protagonizar un festejo bajo la camiseta con una remera que decía “Cárcel a Videla y a todos los represores”, en épocas de amnistías, lo alejan de la profesión.
En el alambrado. Para Kurt, lo más fuerte en su carrera fue salir a la cancha en un clásico, jugar con la cancha de Central llena, oír los cantos y ver a unos pibes de su barrio que lo puteaban y le decían que lo irían a buscar: “
algo muy íntimo entre 35 mil personas. Terminé colgado del alambrado, junto a la hinchada. Te enseña mucho el fútbol. Al perder un clásico en reserva aprendés que bajo presión podés terminar con todos peleados o intentar salvarte individualmente; pero si se trabaja eso, aprendés mucho”.
“Ganar y perder tiene que ver con la vida, eso hay que trabajar con los pibes”, resalta. También rescata que en el Mundial los chicos “puedan ver a algunos que se atreven a jugar con un fuego sagrado, los que hacen la diferencia, sin adaptarse demasiado al técnico y dirigentes. Los que en un penal definitorio pican la pelota y arriesgan, como hizo el uruguayo Sebastián «Loco» Abreu. A la gente le gusta el atrevido, pero en una estructura rígida te limpian, argumentan que un caño es una falta de respeto al rival y eso genera culpa, dicen que perdés tiempo”.
Abreu es un sacado, hay pocos profesionales así, porque se dejan domesticar para llegar”, agrega Juan Montenegro, preparador físico y entrenador de fútbol infantil en Talleres de Arroyo Seco.
Proyectos. Kurt rescata la palabra “domesticar” de su compañero en proyectos de fútbol con niños. “Es sujetar al futuro, ponerle miedo al vivir. El animal de la selva pierde las garras al encerrarlo. Lo mismo pasa al ser domesticado en el deporte, cancha con pasto cortito y bien iluminada. Pero se pierde el jugar con un árbol al medio, el mover el cuerpo con destreza para saltar charcos y cascotes, pegarle con bien para no perder la pelota o romper un vidrio a una vecina”.
En esa vuelta al juego, Juan indica que entrena chicos de 5 a 8 años, “no ven al fútbol como un espectáculo, van a jugar a la pelota y no miran partidos por la tele y conocen a Messi por la play. Central convocó a uno, pero debía viajar mucho y practicaba con chicos de otros barrios. Volvió a jugar en el club de su ciudad y con sus vecinos”.