Defensa del goleador
En el arco de Génova, el del Autotrol del Gigante de Arroyito, Maradona no la pudo meter. El Goleador, sí, y se ufana de ello cuando lo cargan por las demás virtudes futboleras que debiera tener y no tiene. En el Doménico Chindamo, esa desconocida aunque mítica cancha de los futbolistas que durante la semana se dedican a otra cosa y así bautizada porque fonéticamente suena altiva como el Giusseppe Meazza, cierra su campaña deportiva ahora que la rodilla lo deja y el primer gol de la jornada generalmente es suyo. El último también. La 9 siempre es suya, aunque las camisetas no tengan número. Y cuando lo tienen y es otro, igual siempre es el 9. El del Goleador, sí. El típico chupamate, dirían sus compañeros, que explota las jugadas de los demás. Oportunista del gol, retrucará él. Como también se jacta de ser un oportunista del humor, no un contador de chistes ni humorista. Y justamente ni un chiste que ya es tradicional alcanza para opacar sus virtudes frente al arco. Y eso que nunca le importó qué arco. Si está de frente a los tres palos la jugada termina en gol, aunque sea en contra. Olfato del Goleador, sí. Cómo será que siempre se las rebusca para mandar la pelota a la red, aunque no haya redes.
19 de enero 2017 · 00:00hs
En el arco de Génova, el del Autotrol del Gigante de Arroyito, Maradona no la pudo meter. El Goleador, sí, y se ufana de ello cuando lo cargan por las demás virtudes futboleras que debiera tener y no tiene. En el Doménico Chindamo, esa desconocida aunque mítica cancha de los futbolistas que durante la semana se dedican a otra cosa y así bautizada porque fonéticamente suena altiva como el Giusseppe Meazza, cierra su campaña deportiva ahora que la rodilla lo deja y el primer gol de la jornada generalmente es suyo. El último también. La 9 siempre es suya, aunque las camisetas no tengan número. Y cuando lo tienen y es otro, igual siempre es el 9. El del Goleador, sí. El típico chupamate, dirían sus compañeros, que explota las jugadas de los demás. Oportunista del gol, retrucará él. Como también se jacta de ser un oportunista del humor, no un contador de chistes ni humorista. Y justamente ni un chiste que ya es tradicional alcanza para opacar sus virtudes frente al arco. Y eso que nunca le importó qué arco. Si está de frente a los tres palos la jugada termina en gol, aunque sea en contra. Olfato del Goleador, sí. Cómo será que siempre se las rebusca para mandar la pelota a la red, aunque no haya redes.
Ojo, nada de delantero. Tampoco media punta. Ni centrodelantero. Go-lea-dor. Simple. No le pidan que defina después de una gambeta. Ni hablar de un gol lujoso. Tiros libres no pateó nunca. Penales, sólo en definiciones y si es necesario. Su fuerte: el pase a la red. Estar ahí, a la expectativa.
Siempre bien ubicado. Dicen las crónicas que en apenas un puñado de partidos no convirtió. No fue por su culpa, sino porque los asistidores demoraron el pase o eligieron mal a quién cederle la pelota. Por ahí algún palo, por tener demasiada pintura, evitó una conquista.
Y la historia dice que su característica de gol fue de siempre. Desde aquellos partidos en la Cabral, la canchita de barrio Cristalería, allá a fines de los años setenta, con unos poquitos años en su haber.
Nació goleador. Por eso cuando por ahí le tocó ir al arco supo dónde ir a buscar la pelota para que el rival no gritara, aunque sacándola con los pies. Eso sí, si venía de golazo, la dejaba pasar para disfrutarlo. Para no impedirle a uno como él el placer del gol.
Nunca entendió a esos pibes que van a jugar y no se preocupan si no meten ni uno. Eso sí, siempre tranquilo si mojaba aunque su equipo perdiera. Porque él sí lo había logrado su cometido.
Igual nunca fue de esos que quieren llevarse toda la gloria. De perfil bajo, pero de perfil importante. Aunque su mejor perfil es de frente. Sí, de frente al arco.
Hizo lucir a quienes generaban las jugadas para que terminen en gol. Por eso desde el Chavo Ferraro hasta Lito se cansaron de dársela redonda para que él la mande a guardar.
Fue trasladando sus goles a distintos partidos en tiempo escolar. Campeón con la Escuela Gesta de Mayo en la vieja canchita de Juan XXIII, allá por el año 78. Cuando todavía no le decían el Goleador, sino que era el gran San Martín. Es que sus grandes actuaciones también lo hicieron actor de renombre.
Después convirtió en la Carrasco, en la Técnica 7, también en la Enet Nº 5. Con aquel paréntesis de artillero en la provincia de Río Negro, en una ciudad de Allen en la que ni las manzanas que caían de los árboles se salvaban de terminar en el fondo de la red de cualquier arco imaginario. Si todavía se recuerdan los pedidos de que no se volviera a Rosario. Sí, lo habían hecho los allenses, no los arqueros rosarinos. Aunque las malas lenguas dicen que en la carta que le entregaron los habitantes de Allen en la que le pedían que no volviera, una mano traviesa (con otra letra y otra birome) había agregado "a Rosario".
Y volvió poniéndole una pizca de sal a sus conquistas. Al gran Salaíto. Al albo de barrio Sarmiento. En el que ni el conservador DT que jugaba sin 9 pudo evitar que él gritara durante toda la semana. En cada práctica aparecía el Goleador. Claro, el día de partido al banco y con la 16 por una cuestión que ya no existe en primera. Intimamente lucía la 9. Pero no pudo seguir. Debía buscar otro destino. Eso sí, siempre de la mano del gol. Hasta cuando se dedicó al periodismo deportivo. Por eso habló de goleadores en la radio, no importaba si era en LT8 o en la Luna. Mientras, despuntó el vicio en cualquier cancha que lo atrapara.
Siembre ahí, merodeando el área. Con el arco en los ojos, no los ojos en el arco. Preparado para el gol.
Por eso no extrañó que apenas pisó el diario, su nuevo lugar de trabajo, enseguida la camiseta 9 imaginaria fue de él. Y todos sus compañeros supieron apreciar su poder de gol. En cualquier picadito. El Goleador siempre ahí.
Como para que no quedaran dudas. Hasta hubo imágenes que guardaron para siempre su estatura. En un amistoso en el Gigante, ese día en el que el partido entre periodistas que cubrían las prácticas de Central y Newell's estaba 2-1 a favor de uno de los equipos. Y le tocó el turno a él. Cuando le dijeron entrá. Que era lo mismo que decir "andá y empatá". Así lo hizo. Esperó el centro, se elevó en el área y metió el cabezazo goleador, obvio, el del 2-2 definitivo con el que se cerró el partido. Claro, para qué más. Si todos habían visto el oportunismo del goleador.
Hasta que un día, en la canchita del cruce Alberdi, después de la enésima jornada con gritos de gol, desparramó por el piso al arquero y le metió dos goles. El experimentado golero enseguida quiso vengarse y un lunes el Goleador apareció "escrachado" en una tira dibujada. Y como todo chiste, con un cambio de la realidad, todo lo contrario a lo que realmente es. El arquero vencido inconscientemente lo dibujó con un 9 en el pantaloncito y en la camiseta. Le agregó un 0 para que se lea un 90, pero todo el que conoció o conoce al Goleador sabe que el cero está de más.
El Goleador ya se ganó un sitio importante en la historia y ningún técnico podrá sacarlo ya del once titular ni de la historia. Y si bien con el correr de los años se fueron opacando las dotes del goleador, su figura mítica está allí.
Ya sea aquel San Martín de la infancia. O el rosarino de Allen. O el Salaíto. O el 9 de Oro (otra vez las malas lenguas dicen que es por los bizcochitos). Son todos sinónimos de la principal y única característica futbolera del Goleador.