Con esa descuidada indiferencia con la que generalmente naturalizamos algunos matices de lo que falsamente sentimos lejano, los cuatrocientos o quinientos lectores que hay hoy en Rosario ya aceptaron sin cuestionamientos que a cada nueva publicación de Marcelo Britos la acompañará fatídicamente algún tipo de polémica, anécdota o berretín de campo. Así, cuando alguien nos intenta sorprender con la novedad de que asistió a la última presentación de Britos, le escupimos sin más el reclamo urgente del relato sobre lo sucedido en escena.
Hay siempre algo de teatral y poético en sus lanzamientos; el episodio más recordado sigue siendo el de la noche de Los dogos, primer libro de cuentos. Es sabido que durante su breve y tortuoso exilio rosarino, el monstruoso Mario Trejo, tras maltratar hasta la desesperación a una veintena de sensibles talleristas, propició la edición de esa primera antología que exigió incluso prologar. La repetida promesa de la presencia del poeta en el evento había logrado triplicar la cantidad habitual de concurrentes. Pero esa noche algo ocurrió y a Trejo no se lo veía entre los presentadores. Cuando ya casi todos se disponían a diluir su desilusión en la esperanza de una exposición breve por parte de Britos, Trejo irrumpió entre el público y festivamente desnudo procedió a dar la bendición iniciática a su discípulo al grito de "A la crueldad tersa de esos cuentos vengo a oponer esta generosidad rugosa". Esa noche la editorial logró vender nueve libros, Trejo y Britos terminaron en la comisaría barrial y no sobró ni un solo sándwich de miga.
Menos conocido es el incidente de Italia. Al promediar la presentación en Milán de la lograda traducción de A dónde van los caballos cuando mueren, novela neoépica sobre la Guerra del Paraguay, uno de los presentes intervino entre sollozos para increparlo furiosamente: "¿Cómo es posible, Britos?", reclamaba el lector herido que se presentó como descendiente directo de un sobreviviente de aquel genocidio. "¿Cómo es posible, kurepi, contar la guerra desde el punto de vista de un desertor, de un traidor?". El lagrimeo in crescendo sumaba acusaciones demoledoras en español, italiano y guaraní: "¡Elíptico, cursi, perverso, auratizador, caballero de la fe absurda!". El plagueo del patriotero descampado imponía al encuentro su ritmo impostado. Mientras tanto, con paso ruidoso, los asistentes se acercaban a comprar la novela con la sospecha de que podría agotarse mucho antes que la energía del denunciante. Ya cansado, con un tono más cercano a la profecía que a la amenaza, cerró su intervención: "¡Sabemos bien, kurepi, qué hubieran hecho Lenin y Trotsky con un desertor, y probablemente con usted, con su prologuista y con el mismísimo Toni Negri!".
Pero todo esto se fue. Lo nuevo es la discusión aún abierta y propiciada a partir de la edición de su última obra, Al oeste de Jericó. Como ya se encargaron de advertirnos varios reseñistas, Britos sorprende al componer una ficción anclada en un futuro cercano en la cual traslada a sus personajes por Roma, Budapest, Córdoba y Rosario con el misma vértigo con el cual se mueve entre géneros reconocibles como la novela de espionaje, el policial o el poema épico.
Con ánimo polémico, los dos grupos de estudio que se disputan con ferocidad la hegemonía en el campo de la literatura de ciencia ficción rosarina llevaron el análisis algo más lejos. Por un lado, la crítica de autor sci, la más legitimada ya que en los últimos años logró montar un andamiaje teórico que los posicionó como los "dueños" de dicha literatura y, por otro, la que se asienta en la tradicional Peña de lectores de fantasías futuristas con sede en el Club Horizonte. Los primeros ven en Al oeste de Jericó una distopía, los otros entienden que el autor de Empalme estructuró una ucronía.
Simplificada a machetazos, la definición de distopía más extendida la describe como una representación imaginaria de una sociedad futura con características negativas, causantes de alienación moral y otros males terribles. Fahrenheit 451, de Bradbury, entre tantos otros. Su reverso es la utopía, el lugar deseado frente al lugar temido.
La ucronía, por su parte, nace necesariamente de una proposición condicional contrafáctica, del interrogante clásico "¿qué habría sucedido si...?". ¿Qué habría pasado si el cáncer lo hubiese padecido Perón y no Evita? ¿Nuestra literatura se parecería en algo a la actual si Rubén Darío hubiese nacido en Estocolmo? El reverso de la ucronía no es otro género, es la realidad.
Si siguiéramos lo propuesto por los sci en su interpretación distópica, deberíamos leer Al oeste de Jericó en la siguiente clave: una crónica sombría escrita en el año 2022 sobre el devenir de las tensiones sociales y la consecuente masacre fratricida que vive la Argentina, y particularmente Rosario, a partir de la retirada definitiva del Estado. Ese es el lugar temido. No hay ucronía, atacan los sci, sin un acontecimiento del pasado extensamente conocido que varíe y permita la especulación ficcional sobre el curso alternativo de la historia. Ese evento compartido que separa la historia de la materia ucrónica se llama punto Jonbar. Sin pasado compartido, no hay realidad a la cual contraponer la ficción. Sin punto Jonbar no hay ucronía.
A los de Horizonte todo esto no los deja indiferentes, y esmerándose por evitar el ridículo con cierta efectividad, se obstinan en explicar con pausado y elegante detalle que en ningún breviario está escrito que el punto Jonbar tenga que posicionarse en el pasado, que justamente el atractivo de la propuesta de Britos es que ubica el Jonbar en un futuro cercano, fácilmente reconocible para un contemporáneo como posibilidad latente.
En el caso de Al oeste de Jericó, el evento no es otro que la violenta incursión de las derechas latinoamericanas y su definitiva consolidación en la región. Se le otorga así al Jonbar una nueva dimensión, no se hacen hipótesis contrasituacionales sobre cómo se hubiera presentado el mundo tras una bifurcación del tiempo, sino que se reflexiona sobre la posibilidad misma de una bifurcación de este tipo, centrando el eje narrativo en un momento preciso en el cual simultáneamente se presentan unas pocas alternativas para la historia. Sólo una lectura ucrónica, concluyen, problematiza el pacto de lectura que aceptaríamos por defecto.
En la literatura italiana reciente también pueden encontrarse casos raros de ucronías potenciales. Lo nuclear es direccionar la tensión hacia momentos en los cuales diversos desarrollos eran posibles y la historia habría podido embocar otras direcciones. Medium de Giuseppe Genna o Manituana de Wu Ming son buenos ejemplos, arriesgan menos que Britos pero la apuesta es compartida.