La obra narrativa de Angélica Gorodischer (Opus 2, Casta luna electrónica —de 1977—, Floreros de alabastro, alfombras de Bokhara, La noche del inocente, Tumba de jaguares, Bajo las jubeas en flor, Trafalgar, Mala noche y parir hembra, Las nenas, etcétera) ubica en el podio de las escritoras argentinas contemporánea a esta porteña de nacimiento, rosarina por adopción y vecina de la zona sur de la ciudad. Trafalgar cuenta con nueve relatos; en uno de ellos, "Constancia", cuyo comienzo se transcribe a continuación; dos personajes (uno está inspirado en su amigo Isaías y se llama naturalmente Jorge) discurren en una atrabiliaria mesa de café.
—No puedo —dijo Jorge—, me tengo que ir enseguida.
Trafalgar le avisó a Marcos que quería otro café.
—Bueno —dijo—, pero por lo menos tomate un café.
—A eso sí que no te voy a decir que no —y salió a relucir una de esas pipas de las que suele hablar profusamente.
—¿Qué llevas en ese portafolios? ¿El equipaje?
—Libros, qué querés que lleve. Los libros son mi suerte y mi desgracia.
—A quién se los vendés, con esta mishiadura.
—Clientes siempre hay. Señoritas sentimentales tirando a maduras porque las otras no pierden el tiempo leyendo, que compran finales alegres en novelas tristes, o padres primerizos que son una fija para enciclopedias.
—Que nunca se te mueran esos ejemplares. A mí me ha pasado de encontrarme con que no había clientes, ni uno. ¿Vos sabés lo deprimente que es llegar a un lugar y que no haya nadie?
—No, no sé, y espero no enterarme, gracias.
—Entonces no vayas nunca a Donteá-Doreá.
—Qué nombre, qué pedazo de nombre.
—Sí —dijo Trafalgar—, para un poema, pero no para uno de los tuyos.
—Tenga mano. A mí déjame con Los Quirquinchos que para nombre suena mejor.
—Donteá-Doreá es para héroes perdidos después de una batalla y listos para que los cague el destino. Si es posible al borde de los acantilados y con el mar rugiente allá abajo.
—Y las brumas —colaboró Jorge—, no te olvides de las brumas que son importantes,ni de las rubias desmelenadas que tienen presentimientos en países lejanos.
—No sigamos. Creo que en Donteá-Doreá no hay acantilados. Y no era rubia, era morocha subida.
—Ah —dijo Jorge y le dio una chupada a la pipa y después se acordó—. ¿Pero no era que no había nadie?
—Lo que pasa es que es un poco complicado —Trafalgar tomó café, fumó, consideró la situación y estudió a los concurrentes al Burgundy—. ¿Te vas con libros y todo o te quedás y me escuchás?
—Me quedo pero si me lo contás rápido, digamos en cinco minutos.
—Chau —dijo Trafalgar.
—¿Cómo chau?
—¿Vos escribís un poema digamos en cinco minutos?
Jorge se rió, limpió la pipa, la guardó y sacó otra. A Trafalgar eso de las pipas no lo convence.
—No me convence eso de las pipas —dijo—, tanto trabajo para qué.
—Me quedo pero no divaguemos —lo apuró Jorge.