Cuerpo, deseo, enfermedad y delirio son cuatro palabras que intentan resumir no sólo la trama sino también la pretensión de "Naturaleza muerta". Escrita y dirigida en 2004 por Juan Hessel, el Centro de Estudios Teatrales (CET) apostó a una reposición para su cartelera de invierno, quizás atraído por la propuesta del mismo director y las mismas actrices de entonces de transformar la obra en un juego, muchas veces peligroso, otros de gran valor reflexivo para los propios artistas, de roles siempre en los bordes de la sobreactuación. Impactante, pasional y descarnada, esta comedia dramática se luce en sus alcances artísticos, léase en su mandato de entretener y promover el pensamiento crítico y, claro, en sus actuaciones.
Una pareja se arrastra el ala de una forma peculiar: catalogar de memoria grandes obras de la pintura clásica. Hasta que una de ellas se va y la otra, sola y desesperada, somatiza a través de una insólita mancha en su piel, que será tratada por una dermatóloga.
El desafío. Casi como en un ritual de la actual cultura refrita, ese que pone en escena a bandas-dinosaurio (a veces por moda, otras por placer y muchas por dinero), es que el grupo de actrices y el director decidieron regresar con una propuesta que pisó el mismo escenario hace 12 años atrás.
Y la respuesta a la pregunta del millón está en el misma sala del CET. Porque está claro que el desafío ya no se ciñe a la procura de la integralidad o el timing de la obra ni a la construcción de los personajes. Y mucho menos a la lograda efectividad de las puestas escenográficas y lumínicas.
Mangiado el texto al calor de la memoria emocional e internalizada la praxis actoral, el foco de "Naturaleza muerta" está, intencionalmente, depositado en la actuación. Y no solamente en el arte de la interpretación sino en el proceso interior propio de repetir una performance una decena de almanaques después, en los cambios que han sabido percibir esos cuerpos y cómo ellos son nuevamente arrojados a la exposición.
De a tres. El personaje de Jorgelina Santambrosio es quien sufre, desea y espera. Es inocente y resuelto y el punto de contacto entre las tres. El trabajo de la actriz es lánguido, introspectivo y altamente conmovedor en su tristeza.
Adriana Sabbioni es quien, con un viaje a Europa, parte detrás de su obsesión de ver en vivo y en directo el arte clásico. En su labor se destaca una impronta más masculina, con especial énfasis en los gestos accesorios (algunos de ellos muy risueños) y es quien, con una gran personalidad, demarca la dramaticidad de la obra.
Adriana Frodella es una extraña médica, sorprendida en su credulidad y, a lo mejor, atormentada por su siempre explicable racionalidad. Se trata de una interpretación adusta, casi pétrea y enigmática. Sobresalen sus pasos de comedia por la contraposición con su sobriedad.
"Suceden cosas que desembocan en lugares de locura", le dijo Hessel a La Capital el 7 de agosto de 2004, día del estreno. Si loco se puede denominar al amor, a los deseos, a la ausencia del ser querido. O al experimento de volver a ser, 12 años después, y bancarse el inexorable paso del tiempo.