El primer día de clases algunas mochilas escolares parecen más grandes que los pibes. Con sus piernitas flacas y las rodillas mínimas, los nenes las llevan en los hombros o a la rastra. Pero quieren entrar así, con todo puesto a la escuela. Son las 12.45 y los que empiezan primer grado están ansiosos por traspasar la puerta. Amagan, se ríen, bromean. A través del vidrio ponen las manitos como largavistas para espiar el movimiento que hay dentro, donde todo luce de punta en blanco.
Berta es una de las porteras y los mira con cariño. Intenta calmar mar su ansiedad y les dice que esperen un ratito, cinco minutos nada más, hasta que se abran las puertas y puedan entrar. En el comedor, ubicado a pasos del ingreso, los vasos plásticos de colores aguardan a los chicos.
Junto a Teresa y María Rosa, Berta está en la escuela desde que se inauguró, en 1983. La institución nació con el barrio. Las tres recuerdan esas épocas donde la escuela del Fonavi de Rodríguez y Virasoro estaba inundada de chicos. Llegaron a tener poco más de mil alumnos en primaria. Hoy sólo hay 170, un número bajo pero que año tras año viene recuperando lentamente la matrícula, afirma Mónica Pérez, la directora. Después dos días de paro, llegó la hora del inicio de clases en Santa Fe. En toda la provincia arrancaron esta semana en primaria unos 370 mil chicos y poco más de 52 mil empezaron primer grado. Un momento donde las expectativas e ilusiones se renuevan en padres, docentes y alumnos. La Capital acompañó ese primer día de vuelta a las aulas en la Escuela Nº 1.267 Latinoamérica.
Apenas se abren las puertas, los chicos saludan a la portera y pasan con prisa hasta el comedor. Luisana es la primera en entrar. Lo hace pegando saltitos. Tiene una trenza atada con un colita naranja, guardapolvo impecable y sandalias negras. Y una sonrisa que le ilumina el rostro. Como el resto de sus compañeros, al llegar a la entrada del comedor pone las manos juntas y con la palmas para arriba, como formando un recipiente para tomar agua. O en este caso, para que Carina, la ayudante de cocina, les rocíe las manos con agua y alcohol. El cuidado de la higiene antes de comer parece ser un saludable hábito que los chicos de la escuelita del Fonavi tienen bien incorporado.
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A las 12.50 la portera Berta abrió la puerta de ingreso y los alumnos entraron contentos.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
En el comedor. En pocos minutos los nenes almuerzan el salpicón de pollo que les prepararon las cocineras mientras los padres aprovechan afuera para ponerse al corriente. Ni un minuto los chicos quieren desprenderse de sus mochilas, algunas a estrenar, otras que parecen heredadas de sus hermanos más grandes pero que igual lucen casi como nuevas. En las nenas predomina por goleada el fucsia con dibujos de Hello Kitty o de las distintas princesas de Disney. "¿Vos sos de Central?", pregunta Jair así, sin filtro, mientras muestra orgulloso su cuaderno con el escudo Canalla en la etiqueta. En los nenes, salvo algún que otro superhéroe o los cuadros de fútbol, en las mochilas se ven varias de Dragon Ball Z, uno de los dibujos animados preferido de los pibes. Las princesas y los dragones también van a la escuela.
Después del almuerzo, todos van al patio. Padres e hijos. El momento está lleno de postales de lo que significa para una familia el primer día de clases de un chico que empieza la primaria. En varios rincones las mamás aprovechan para sacarle la foto de rigor a su hijo con su primer guardapolvo. "A ver, mirame y sonreí", le dicen. Y ellos posan contentos. Algunos hasta se llevan la mochila adelante, como queriendo mostrar todo lo nuevo que trajeron.
En el patio se escuchan diálogos desopilantes, fruto de ese reencuentro donde los chicos se cuentan todo. Les dejan a sus papás las mochilas y se van a jugar. Quieren correr y divertirse desde el minuto cero del comienzo de clases.
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Los papás regalaron consejos y abrazos a sus hijos que van a la primaria.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
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El encuentro con las amigas en el patio, donde se anticipa un año de juegos y diversión.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Los detalles. A las 13.16 suena la campana y todos adentro para la bienvenida formal y el himno. Los nenes cantan con las manitos detrás, otros llevándose la mano derecha al corazón. Mientras la directora presenta a las maestras y cuenta detalles de los objetivos del año, los papás siguen sacando fotos. Los señalan, los saludan. Algunos hermanitos más chicos no se quieren despegar del que empieza la escuela. Los abrazan con devoción de hermano y debe intervenir la mamá para separarlos. Ya habrá tiempo de volver a casa y jugar juntos otra vez.
Hasta el último momento las mamás se esmeran por cada detalle de ese primer día en la escuela. Les arreglan el cuello, las medias, les limpian la boca de alguna miguita que les quedó del almuerzo. Quieren que sus hijos entren impecables al salón.
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"Bienvenidos". En el amplio y luminoso patio interno de la Escuela Nº 1.267 las maestras y directivas saludaron a los más pequeños y a los padres en el inicio del ciclo lectivo.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
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Grandes y chicos se sumaron a cantar el himno antes de empezar las clases.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Padres en el aula. Cuando pasan al aula los nenes entran con padres, madres, hermanos y hasta algún que otro abuelo. Allí escuchan a la directora, a la vice y a la maestra Mariana, que ya venía trabajando en la institución como reemplazante, pero que desde este año lo hace de manera titular. Estaba en una escuelita rural de Puente Gallego. De la de barrio Latinoamérica confiesa sentirse maravillada por la gran cantidad de espacios que tienen a su disposición tanto los chicos de la primaria como los de la secundaria, un anexo de la Escuela Nº 360 que funciona en el mismo edificio durante la mañana.
Mónica Pérez, la directora, destaca en este sentido que los chicos de cuarto a sexto tienen jornada ampliada, donde trabajan las materias de la currícula "desde otro lado, con pedagogía emprendedora". La directora enumera entre esos espacios las horas de inglés, danzas, teatro, música y tecnología. "Estamos totalmente convencidos que lo mejor que le puede pasar a un chico es estar dentro de la escuela", dice la docente, que desde hace seis años está al frente de la institución donde también trabajó como maestra.
Antes de irse los papás y mamás dan un último beso a sus pequeños hijos. "Portate bien, hacele caso a la señorita y divertite" son las sencillas recomendaciones que reciben desde sus pupitres, mientras los familiares se alejan mirando con indisimulable ternura a los chicos, prolongando el adiós todo lo que se pueda.
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Algunos nenes y nenas se conocían del jardín. Otros se veían por primera vez, iniciando un diálogo lleno de ternura.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
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Las mamás entraron con sus hijos al aula y los despidieron con mucho afecto.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Mientras tanto, en el salón 8 de la escuela del barrio Latinoamérica, se empieza a desarrollar ese vínculo único entre el docente y el alumno. Sólo queda la maestra Mariana y los 18 nenes del curso. Sólo ellos. Irán de a poquito, con un período de adaptación. La primera semana tendrán dos horas de clases, la segunda tres y a partir de la tercera ya las cuatro horas del calendario.
"Estamos totalmente convencidos que lo mejor que le puede pasar un chico es estar dentro de la escuela", dice la directora de la institución de barrio Latinoamérica
"¿Qué vienen a hacer a la escuela?", pregunta la señorita. A leer, a escribir, a saber el abecedario, responden de a uno. "A usar las pinturitas", grita otro nene sonriente. Cada alumno se presenta. "Yo tengo dos nombres pero el otro no me lo acuerdo", dice uno. Después llega el tiempo de sacar la cartuchera y empezar la primera actividad del día.
Afuera, a casi cinco metros de la entrada de la 1.267, hay una placita con tres hamacas y un tobogán que descansan en silencio. Hoy los chicos están en la escuela.