Dos detalles que Murakami deslizó en su libro De qué hablo cuando hable de correr me atrajeron de entrada: que una victoria o una derrota no es crucial, y que el apogeo como corredor le llegó casi a los 50 años. No son sus definiciones más profundas sobre el asunto, pero cada uno elige sus propias identificaciones.
Nadie que haya experimentado los padeceres de un maratón probablemente pueda olvidar la frase que el gran escritor japonés estampó al principio de su libro más personal: “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional, depende de uno”. Es revitalizador para una persona que está corriendo pensar que poder o no poder más, queda al arbitrio de cada uno.
Más si proviene de alguien que corrió en serio desde hace más de veinte años, que empezó por hacerlo diez kilómetros al día seis días por semana.
La maestría con que compara las técnicas para correr con las que utiliza para escribir una novela merece rescatarse. “Cuando siento la necesidad de correr más rápido, incremento la velocidad. Pero, si aumento el ritmo, acorto el tiempo de carrera, así que procuro conservar y aplazar hasta el día siguiente las buenas sensaciones que experimenta mi cuerpo al correr. Idéntico truco utilizo cuando escribo una novela larga: dejo de escribir en el preciso momento en que siento que podría seguir escribiendo”.
Algo parecido a aquello de que “continuar es no romper el ritmo”. Murakami aplica eso a todos los proyectos a largo plazo. “Una vez que ajustas tu ritmo, lo demás viene solo. Pero hasta que el volante de inercia empieza a girar a una velocidad constante, todo el interés que se ponga en continuar nunca es suficiente”. Casi una fórmula matemática.
No se puede dejar de elogiar a Murakami cuando sostiene que “correr, al tiempo que un ejercicio provechoso, ha sido también una metáfora útil”, así como su descripción de lo que llama “la tristeza del corredor”.
Su relato sobre sus primeros 42 kilómetros en pleno verano ateniense es escalofriante. Igual que esas verdades que mezcla en todo el libro, como una frase que leyó en un gimnasio de Tokio: “El músculo se adquiere con dificultad y se pierde con facilidad. Y la grasa se adquiere con facilidad y se pierde con dificultad”.
Reconocerse en las mismas sensaciones que un corredor sacrificado es gratificante. Y más cuando la excusa le permite reflexionar que: “Este ser que soy no es más que una minúscula pieza dentro del inmenso mosaico de la naturaleza. Al igual que el agua del río, no soy más que una mera parte reemplazable de un fenómeno natural que pasa por debajo del puente en dirección al mar”.
Aunque correr sea un placer, mientras escucha la música de los Lovin’ Spoonful.