Seguramente son los filósofos, los sociólogos y los psicólogos los que pueden dar respuesta a: ¿por qué en un importante número de habitantes de este bendito país anida el enano dictador que aflora —sobre todo— en algunos de aquellos que son directores, gerentes, jefes, presidentes de oficinas públicas o de dependencias que acreditan para estamentos gubernamentales, o de instituciones privadas que dicen brindar servicios? Vuelcan sobre los que deben dar la cara detrás del mostrador exigencias en muchos casos absurdas, cuando en su mayoría son de muy fácil solución con apenas un poco de buena voluntad y casi nada de trabajo. Y éstos a su vez, de forma rígida e inflexible por temor a quienes les imparten las órdenes, apremian a los que concurren para ser atendidos, que no son otros que el hombre y la mujer que al igual que ellos, cargando sobre sus espaldas una mochila llena de problemas e incertidumbres, salen todos los días a trabajar y tratan de cumplir con sus obligaciones de la mejor manera posible, como personas simples, honestas y sencillas que son. No se trata —en absoluto— de caer en la anarquía, en el caos, en el desorden, sino de ser coherentes y maduros; de hacernos todos y entre todos el diario vivir más llevadero para no ser pasto fácil y el silencioso servil de aquellos que decimos son nuestros enemigos y se valen del ciego cipayismo para crear rispideces que sólo alimentan el servilismo al que sucumben los países en donde imperan los comportamientos autoritarios, que al fin y al cabo no son otra cosa que actitudes y conductas que quieren ocultar debilidades, inseguridades y la no aceptación de que no se sabe todo ni se es omnipotente.