—He comenzado la ardua, pero enriquecedora tarea de leer el Tania, un libro que pertenece a
la sabiduría jasídica del judaísmo, escrito por el llamado “alter rebe”, Shneur Zalman
de Liadí allá por finales del 1.700 y fundador de Jabad. Digo ardua, porque es un texto que se debe
más que leer estudiar, reflexionar despaciosamente e interpretar. Ya en las primeras líneas he
encontrado un mensaje importante que me ha inspirado para escribir esta columna y que posiblemente
servirá para pensar sobre la decisión de vencer el estado de apatía, e incluso, y muy
fundamentalmente, de melancolía que obstaculiza al ser humano para alcanzar el grado de justo o
vivir en plenitud. Dice el autor del libro (guardo el sentido de las palabras, pero no las
reproduzco en forma literal) que a la persona al nacer se le da el mensaje de que sea justa y no
malvada, pero aún cuando alcance el grado de justo debe considerarse a sí misma malvada. Sin
embargo, este último precepto está pronunciado sólo para que se alcance el grado de equilibrio
adecuado; es decir para que no caiga en el error o pecado de soberbia, creyéndose superior al
resto. Por tal motivo, también se enseña que la persona no debe sentirse culpable, pues quien
alberga tal sentimiento entra en una estado de pena o de melancolía que hace imposible servir a
Dios con alegría y con el corazón contento.
—Esto desde un aspecto religioso. ¿Cómo se aplica a la vida
cotidiana?
—Las que siguen son ideas propias, lo aclaro. Se me ocurre pensar
que si algo existe que impide al ser humano desarrollar todas aquellas fuerzas y potencias que les
fueron concedidas para cumplir el rol para el que ha sido creado y llamado, ese algo es
precisamente la melancolía, el “corazón entristecido”. Esta tristeza que bloquea el
deseo de servicio para sí mismo y para los demás se genera por diversos factores, entre ellos la
acción de carácter negativo ejercida por sí mismo y sobre sí mismo (aun en el caso del daño
cometido contra otra persona hay un mal que se ejerce sobre la propia humanidad) y por la acción
externa (injusticia social o acto injusto ejercido por otro ser y que nos daña). Estas acciones
propias y extrañas generan culpa o dolor y hasta sentimientos, como el temor, que son verdaderos
atentados contra la vida plena. Son éstas las vías por donde se desliza la apatía que puede
convertirse en melancolía o depresión seria. En tal situación emocional (corazón afligido) es
imposible vivir. Es decir, es imposible el cometido para el que la persona ha sido creada. Alguien,
por ejemplo, que desea cumplir con el compromiso de servir adecuadamente a los demás (a su entorno
más cercano, la familia) no podrá hacerlo en estado de agobio psíquico. El que padece soledad,
tampoco podrá descubrir otros entornos y seres necesitados, y menos aún servirlos, en estado de
sofocación o pesadumbre. Es por eso que pedir a Dios la liberación del mal conocido como corazón
afligido mediante el cese de la causa que lo provoca, es no sólo necesario, sino imprescindible
para la Voluntad Superior, pues sólo en estado de plenitud germina la semilla del servicio a sí
mismo y al otro. Pero es también determinante el compromiso de la lucha propia para saltear el
obstáculo, porque sin voluntad personal no puede haber voluntad divina.
Candi II
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