Charlas en el Café del Bajo - Viernes 14
—De ella sólo vi algunos dibujos de técnica refinada que reflejan, en cierto modo, toda ese
anhelo espiritual por elevarse en la vida. Pero el 31 de diciembre del año 1999, a los 20 años,
cuando la humanidad...
14 de diciembre 2007 · 02:25hs
—De ella sólo vi algunos dibujos de técnica refinada que reflejan, en cierto
modo, toda ese anhelo espiritual por elevarse en la vida. Pero el 31 de diciembre del año 1999, a
los 20 años, cuando la humanidad se preparaba para zambullirse entre burbujas en la euforia y
jarana por el advenimiento de un nuevo milenio, Aneley ingresó al Hospital Provincial de Rosario. Y
cuando el mundo entrechocaba los cristales y admiraba absorto y sonriente los fuegos de artificios,
mientras muchos de nosotros nos abrazábamos y nos deseábamos un buen año y un mejor milenio, Aneley
se iba para siempre en el Hospital.
—Esa muerte provocó profundas heridas psíquicas y espirituales en su hermana
menor quien, por entonces, estaba en la natural confusión de la adolescencia exacerbada por una
tragedia inesperada. A ella, a la hermana de Aneley, la conozco un poco mejor: lleva el silencio de
los que sufren, de los que hablan para sí preguntándose a cada instante de la vida: ¿¡Por qué!?
Lleva la carga pesada de preguntas sin respuestas, de vivencias que pueden ser explicadas, pero a
veces no comprendidas. Esta chica, una buena persona, hoy a sus 21 años, y después de algunas
reflexiones propias y otros consejos de personas que la quieren, está tratando de dejar la carga,
al menos un poco de ella, y seguir caminando más liviana por el camino de la vida.
—Hace dos meses que en el marco de esa resolución, quiere cerrar un capítulo
triste de su vida: la muerte de su hermana, y para ello ha solicitado en el Hospital Provincial la
historia clínica de Aneley, pero hace dos meses también que se encuentra con la misma respuesta:
"La estamos buscando".
—Cansada de insatisfacciones, me preguntó a mí qué podía hacer. La verdad es
que puedo hacer muy poco, casi nada. Lo primero que hice es llamar a la dirección del hospital en
donde me atendió una persona (no la directora) que me indicó los pasos a seguir; pasos que ya
conocía de memoria porque la interesada ya los había realizado. Advertí que la mujer estaba muy
ocupada en sus asuntos (lo que es lógico), y poca atención podía prestar a mis intentos de
explicarle las razones por las que era indispensable que esta chica se hiciera de la historia
clínica: su paz interior. Le di el nombre de la hermana muerta, para ver si desde su lugar podía
agilizar la búsqueda. No tuve suerte, me dijo que la interesada debía hablar con la persona
encargada de cierta dependencia. Pues debo decir que anteayer volvió, una vez más, esta joven al
hospital, habló con esa persona quien le dio como toda respuesta que los albañiles habían estado
trabajando y que por tal motivo la historia clínica no podía ser encontrada o se había perdido.
—Jamás será nuestra intención perjudicar a nadie, menos en lo concerniente a
la faz laboral, pero todo ser humano tiene derecho a encontrar la verdad y la paz interior. Que
desde el Hospital Provincial ayuden a esta chica a encontrar esa serenidad que necesita y si la
historia no aparece, que aparezcan los médicos que atendieron a Aneley y le cuenten a su hermana
con pelos y señales por qué y de qué murió la hermana mientras el resto del mundo bebía champaña y
ella, a los 14 años, sorbía sólo las lágrimas por el adiós definitivo de quien amaba. Será el mejor
regalo que recibirá en esta fiestas que se aproximan.
Candi II
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