—Antes de comenzar la columna de hoy cuento que un grupo de jóvenes está recaudando
medicamentos para un muchacho de 30 años, enfermo de cáncer de colon, de escasos recursos, buena
persona, pero lamentablemente en situación crítica. Se necesitan los siguientes medicamentos:
Nervomax TB 12; Neurotrioct 600; Agarol; Naprux 250 mg. (Naproxeno). Quienes deseen colaborar con
esta obra pueden llamar al teléfono 155877624, señorita Juliana. Gracias. Ahora digo: por eso el
hombre ha de detener su acción mental arrobada en las cosas del mundo, detendrá su palpitar
emocional que no le es útil y, girando su atención hacia la voz de la esencia que llamamos alma, la
escuchará atentamente (quien no crea en el alma, el ateo o agnóstico, puede, si lo prefiere,
llamarle conciencia o voz de la sabiduría connatural). Por eso el hombre deberá renunciar cada
tanto, y con tanta frecuencia como le sea posible, al torbellino de las pasiones, de los deseos
exacerbados y de los sentimientos negativos que lo envuelven, para poder discernir sobre su
presente y tratar de observar el camino que le queda por delante para andarlo despojado de pesos
innecesarios. Esto es imprescindible y hasta un pedido de la creación, porque el hombre no ha sido
llamado para servir a las penumbras y pesadumbres, sino a aquello de naturaleza etérea que es luz y
paz.
—Advierto que prosigue con la charla comenzada ayer. Lo entiendo, pero por favor sea
más explícito y directo, para que lo entiendan mejor.
—Bien, lo diré de este modo. ¿Por qué estás triste hasta el punto de convertirte en
prisionero perpetuo de tal sentimiento? ¿Por qué te resignas a la derrota, cuando todo un universo
te está pidiendo que luches y que triunfes? Yo comprendo que no siempre es fácil escuchar el clamor
de lo sustancial, eterno y divino, más por eso es necesario tapar el sistema auditivo físico para
destapar aquel de orden espiritual. ¿Por qué estás abatido sintiéndote culpable, siempre culpable?
Es imprescindible dejar esa carga a un costado del camino y seguir. ¿Cómo se hace? Basta un
instante de arrepentimiento y un pedido de perdón. Me dirás: ¿cuánto daría por poder hacerlo, pero
aquel a quien ofendí ya no está? Pero... ¿quién dice que no está? ¿Quién dice que tu pedido de
perdón no le será transmitido? Ya sé, tal vez me digas que estoy rematadamente loco, bueno... puede
ser, pero entonces estuvieron y están locos muchos sabios, de todos los siglos, desde el principio
de los tiempos hasta este instante. Te regalo esta frase de un hombre piadoso, de inteligencia
superlativa: “Yo elevo un perdón a aquellos que ofendí y que están en el nivel inmaterial de
las almas justas; yo escribo una carta, disculpándome, a alguien que jamás recibirá el
“papel”. Yo acudo a la tumba de mi amado padre y le expreso de viva voz mis disculpas
por no haberlo comprendido, y descubro que soy perdonado cuando después camino por el sendero de la
vida sin el peso de la ofensa y con una sonrisa mezclándome entre la creación y comprometiéndome
con ella”. ¿Por qué ese miedo a andar el camino que conduce a la cumbre? No ha sido puesta
allí para que seas humillado, sino para que seas honrado luego de haberla alcanzado. ¿Temor a qué?
¿Qué puede ocurrirte? La tragedia está en no ponerse en marcha. Venzamos a los fantasmas, pues
“esta vida” no es más que una sombra que pasa raudamente y hay mucho por hacer.
Candi II
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