Charlas de Candi - Viernes 31
—A propósito de la soledad y en el último día del 2.010: Hace unos años, recorriendo las sierras centrales argentinas y estudiando las costumbres de los comechingones (seres espirituales como todas las etnias montañesas, a los que el profesor Terrera definió como “especiales”), fui testigo de un hecho simple, pero conmovedor.
31 de diciembre 2010 · 01:00hs
—A propósito de la soledad y en el último día del 2.010: Hace unos años, recorriendo las sierras centrales argentinas y estudiando las costumbres de los comechingones (seres espirituales como todas las etnias montañesas, a los que el profesor Terrera definió como “especiales”), fui testigo de un hecho simple, pero conmovedor.
—Añado algo sobre los comechingones: Por una parte brutalmente asesinados por el conquistador español, y por otra misteriosamente desaparecidos. Algunos, dicen ciertos estudiosos, eran altos, barbados y de ojos color celeste que resaltaban en la piel morena. ¿Rastros de civilizaciones nórdicas europeas que estuvieron por aquí antes que los conquistadores, o signos del paso de los Caballeros de la Orden del Temple, que buscaban un lugar, en las sierras centrales, para esconder los secretos hallados en las excavaciones realizadas en el templo de Jerusalén? Algún día hablaremos de ello.
—Recuerdo que en aquel raid finalmente terminamos con mi esposa en Villa General Belgrano. Al atardecer visitamos el templo católico de esa ciudad del Valle de Calamuchita y participamos de una celebración muy atractiva. En determinado momento de la misa el sacerdote invitó a los presentes a realizar peticiones públicas y en voz alta. Unos pedían por familiares o conocidos enfermos, otros por personas en situación afligente, otros por el alma de un muerto. El religioso tras cada pedido elevaba una plegaria y toda la asamblea decía “amen”. De pronto se hizo un silencio y luego un señor que estaba en la primera hilera de bancos dijo: “Pido por los hermanos que están en soledad”. La plegaria del sacerdote sonó distinta, tan distinta como el amén enfático y sentido de todos los presentes. Ese momento no lo olvidaré jamás. Aquel señor, esa asamblea, me hicieron comprender que siempre hay alguien, en algún lugar, que se acuerda y pide por las almas traspasadas por el vacío.
—Soledad, daga filosa y cruel de un monstruo que puede matar si no se está preparado para la batalla. Soledad, hidra que lo arrastra a uno hacia el pozo de las sombras.
—Y más filo tiene esa daga, más acentuada es la soledad, cuando es en compañía de un causante de ella o de alguien que permanece indiferente ante ese devastador sentimiento. Entonces se produce un doble sufrimiento: por un lado el vacío y por otro la angustia al advertir que la compañía o es el factor determinante del sombrío sentimiento, o es indiferente ante tal. Pero de todos modos, nadie estará absolutamente en soledad mientras comprenda y acepte como una verdad incontrastable, que hay muchas personas, a cada instante, que piden, como ese señor de mi historia, “por los hermanos en soledad”. Ninguna persona estará absolutamente en soledad cuando sea capaz de descubrirse a sí misma, cuando comprenda que un orden espiritual superior está con ella. Ese, y la oración meditada, es el refugio para recobrar fuerzas y volver a una batalla cuyo resultado será, si hay fe, la muerte del monstruo y el acercamiento de seres para un buen destino. Les deseo a todos fuerzas, muchas, para andar sobre el año que ya asoma su cabeza.
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