Charlas de Candi - Miércoles 17
—La columna de hoy quiero dedicársela a un médico rosarino desaparecido no hace mucho
tiempo. Y en él, a todas esas personas maravillosas que han pasado por este mundo dejando una
huella indeleble, una marca grabada profundamente en la Tierra con el fuego del amor.
17 de noviembre 2010 · 01:00hs
—La columna de hoy quiero dedicársela a un médico rosarino desaparecido no
hace mucho tiempo. Y en él, a todas esas personas maravillosas que han pasado por este mundo
dejando una huella indeleble, una marca grabada profundamente en la Tierra con el fuego del amor.
Aprovecharé también la oportunidad para recordar a otros médicos que ya no están entre nosotros, y
otros que, gracias a Dios, están aquí, son grandes profesionales y mejores personas.
—¿A qué médico dedica la columna de hoy especialmente?
—Evoco una vez más al doctor Guido Reitich; y mientras yo esté por aquí no
será la última. En estos días, y como consecuencia de mis permanentes achaques que debe soportar mi
salud eternamente enclenque, me acordé especialmente de Guido. Pero quiero ser claro: a veces
cuando estoy bien y gozo de paz completa, cuando me invaden esos deseos plenos de cumplir con el
sentido que tiene o debería tener la vida, me acuerdo también de él, pues siempre para mí será un
ejemplo de dedicación al paciente, al prójimo. Guido Reitich me habló alguna vez de sus dudas
respecto de Dios, pero yo siempre tuve la absoluta certeza (y no sólo yo, sino todos aquellos que
lo conocieron) que cumplía sobradamente con la ley de Dios, que muchos de nosotros (que nos
proclamamos seguidores de la divinidad) a veces pasamos por alto por acción u omisión. El doctor
Reitich no sólo sanaba el cuerpo, sino la psiquis, el alma y echaba agua refrescante sobre
preocupaciones y desolaciones. ¡Inolvidable doctor!
—Bueno, quiero recordar, una vez más, a otro médico que para mí fue un ser
excepcional que calmó mis dolencias y ansiedades de juventud (y la de tanta gente): el doctor Jorge
Salvador Barragán, padre. Médico admirable y persona sublime. De su hijo, médico también, puedo
decir que de tal palo, tal astilla. ¿¡Cómo no recordar a la doctora Beatriz Arregui, obstetra que
trajo vidas a la vida!?
—Mis últimas palabras de hoy son, además, un primer homenaje a un amigo
que es un médico extraordinario y mejor ser humano. Para el doctor Rubén Bercovich vaya mi
agradecimiento por ser como es. Mi querido y entrañable amigo, no me olvido de usted que siempre
está atento a mi destino. Y de su hijo Gabriel, también médico, un estudioso de la Torá que hace
tzedaká (caridad y justicia) permanentemente, puedo decir también: de tal palo tal astilla. En fin,
a todos los médicos que sirven, que aman, que piensan en el ser humano y lo acompañan en los
momentos difíciles, mi homenaje... siempre.
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