—La Navidad, una vez más, está a la puerta de nuestras vidas. Es decir, el mundo cristiano se apresta a celebrar, a recordar el nacimiento de Jesús, el Cristo (Ungido, Mesías, en griego) Para el cristianismo, y para ciertas órdenes, es Dios mismo que se hizo hombre, que descendió a la Tierra, para renovar su mensaje primero. Para los cristianos, Dios se encarnó por única vez y regresará en su momento para la batalla final contra el mal. No habrá, después, oportunidades para los perversos de la humanidad, porque en aquellos tiempos (fin de este ciclo, pero no fin del mundo) “habrá dos en una cama: uno será tomado, el otro será dejado”. Es la teoría del arrebato que se infiere del Evangelio. Para otras corrientes religiosas, como las que provienen de los upanishads del hinduismo, Dios se encarna cada determinado tiempo para poner orden en el mundo, para renovar su mensaje habida cuenta de la dureza del corazón del ser humano. Hay quienes sostienen, por ejemplo, que en Buda se encarnó la divinidad. Pero todo esto es a manera de charla informal, de anotación en el margen, lo importante es decir que la cristiandad celebrará en las próximas horas y recordará el nacimiento de Jesús, la Luz del Mundo. Una vez un rabino me preguntó si yo creía que Jesús había sido el Mesías. Le respondí sin titubear que “sí”. Se quedó mirándome, porque como ustedes saben los judíos aún esperan al Mesías, a ese rey que habrá de sacar al pueblo judío del sufrimiento, de la discriminación y que finalmente pondrá paz sobre la faz de la Tierra. Pero tras responderle que “sí” (aclaro que el rabino de mi historia es ortodoxo y gran persona) añadí: “Pero Jesús es el mesías de orden espiritual, porque el mesías del judaísmo yo también lo espero”. Y esto no es pretender quedar bien con todos, no fue una salida salomónica. Yo creo profundamente y sinceramente que el Espíritu Santo (o si prefieren llamarle la fuerza vital, la inteligencia cósmica, la inteligencia divina), se encarnó en ese Jesús extraordinario que vino a darles esperanza a los pobres, a los humillados, a los sometidos, a los afligidos, a los angustiados. Yo creo en Jesús como ese ser judío extraordinario y ungido que vino a echar luz al mundo, que vino a renovar el principio de “amarás a Dios con toda tu alma, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo”. Yo creo en que el judaísmo es, más que una corriente religiosa, la misma voluntad de Dios; esa voluntad que dijo, a través de los elegidos, que los judíos debían ser luz para las naciones. Y creo que esa iluminación el judaísmo la cumplió a través de Jesús. Ese Jesús que hoy mismo le dice al mundo: “no he venido a derogar la Ley Mosaica, sino a darle cumplimiento, a recordarla a todos”. La gran disputa respecto del Mesías entre judíos y cristianos no es sino un disparate de los hombres, un producto de la dureza del corazón del ser humano. Porque en presencia de Dios no se nos preguntará de qué religión somos, ni en cuál de los Mesías creemos, sino qué hemos hecho por y para bien de la creación y de todas sus criaturas.