Goles. El bien preciado del fútbol. De ellos se alimentan los equipos con aspiraciones importantes. Todos valen por igual y no existen distinciones respecto a quiénes los conviertan. Las generales de la ley establecen que los principales encargados de las conquistas son los delanteros. Pero hay excepciones. Por ejemplo. Este Rosario Central hoy se nutre de los goles que anotan sus volantes. Una situación diametralmente opuesta a la que ocurría en la temporada anterior, donde los mediocampistas colaboraban en escasa medida con los atacantes. Al menos en el plano comparativo que se puede hacer en los arranques de ambos torneos. El verdadero espíritu no pasa por la comparación misma (el equipo de Pizzi no logró el ascenso después de realizar una temporada formidable en cuanto a puntos), sino por el hecho de resaltar que el canalla cumple con creces en eso de que los jugadores más retrasados en el campo lleguen a posiciones de gol. Claro, en la misma medida debe consignarse que para los delanteros, cualquiera sean los nombres, es una cuenta pendiente.
En las cinco fechas disputadas, Central convirtió cinco goles y todos fueron por intermedio de sus mediocampistas. La misma cantidad que los que fueron anotados en toda la primera rueda de la temporada pasada por jugadores que no son delanteros (ver infografía). Es un punto altamente positivo si el cristal con el que se analizan las cosas se apunta a la no dependencia de los hombres de área. Punto flaco si el prisma se ubica en la vereda de enfrente. Hasta aquí ya se anotaron un poroto en ese aspecto Alejandro Gagliardi, Nery Domínguez (ambos anotaron contra Boca Unidos), Diego Lagos (ante Banfield), Jesús Méndez y Pablo Becker (ambos el pasado fin de semana frente a Nueva Chicago). Sobre Lagos, Russo sostiene que se mueve como delantero, pero los esquemas hasta aquí plasmados por el DT no entregaron esa sensación.
En la temporada pasada siempre fue materia de cuestionamiento que el equipo no colaboraba todo lo que debía con los delanteros. Todo se reducía a los de arriba, en especial a Gonzalo Castillejos, quienes se las arreglaban para hacerse dueños de la última estocada.
Un breve repaso: hasta la fecha 11, sólo dos jugadores que no eran delanteros habían podido convertir. Ricardo Gómez lo hizo contra Defensa y Justicia (1ª fecha) y Paulo Ferrari, de penal, en la 4ª (Instituto). Después hubo un gol en contra (Giménez, contra Guillermo Brown de Puerto Madryn). El resto, todos obra de los atacantes. ¿Un ejemplo más claro? Al término de la primera rueda (18ª fecha), además de los ya citados, hubo una conquista de Federico Carrizo (12ª, ante Ferro), Martín Rivero y Santiago Biglieri —delantero por naturaleza pero utilizado como mediocampista por Pizzi— (14ª, Aldosivi).
Hoy la cosa es totalmente distinta. Difícil abrir juicio sobre si mejor o peor. Simplemente distinta. Es que hasta aquí ni Héctor Bracamonte, ni Javier Toledo, ni Antonio Medina, ni Ramiro Costa, ni Fernando Coniglio, todos los delanteros que estuvieron en la cancha (algunos con muchos menos minutos que otros, claro está) lograron marcar.
Por suerte para Russo hubo verdaderas ruedas de auxilio. Fueron los volantes que aparecieron para lograr que el equipo pudiera sumar. Y de esto se desprende otra pata del análisis. ¿Es normal que eso suceda? En parte sí. La línea de juego que el técnico bajó desde el primer día de trabajo es que se privilegie el buen trato de pelota, que la coordinación sea moneda corriente y que muchos jugadores pisen el área contraria. Las dos primeras se cumplieron de acuerdo a las expectativas recién en el último partido. Pero la restante es, se insiste, lo que viene sosteniendo al funcionamiento del equipo.
El Lungo Bracamonte ya hará goles, lo mismo corre para Toledo y para todos los otros delanteros que pugnan por ganarse un lugar en la formación titular. Por lo pronto, el contar con toda una estructura por detrás que aporte a la capacidad goleadora ya es una buena señal.