Me sorprendieron sus disculpas cuando, en realidad, los que debemos darle las gracias por su columna del 27 de agosto pasado, somos los lectores que tuvimos el inmenso placer de leerla. Estoy totalmente de acuerdo en todo lo que dice. ¿Sabe una cosa? Yo soy una más de las tantas "Ana María" que usted con tanto respeto mencionó. Me faltan muy pocos días para cumplir 75 años, y de lunes a lunes me levanto a las seis de la mañana para ir a abrir el bar que tenemos mi hija y yo (¡que coincidencia! ¿no?). Nunca regreso a mi casa antes de las 20.30, y luego de esa cantidad de horas de trabajo (casi un doble turno), me dedico a poner en orden mi hogar. He tratado de entender, sin lograrlo, a nuestra juventud actual cuando con la soberbia que suelen dar los años jóvenes, se refieren a las personas que transitamos la tercera edad. Hablando con desprecio y considerándonos material de descarte, sin pensar que sólo hay una manera de no llegar a la vejez, y es morirse joven. ¿Lo habrán pensado alguna vez? Debo decir (parafraseando el nombre de su programa, que también miro) que mi vida tiene una enorme similitud con la de "su" Ana María, que conozco el sabor amargo de los renunciamientos, de los proyectos pospuestos pero que siempre tuve, como recompensa, la satisfacción del deber cumplido con genuina alegría. También "debo decir" que me siento orgullosa de usted, de su éxito en Buenos Aires, de su participación en eventos importantes, de lo bien que hace quedar a nuestro querido Rosario representándonos con talento, inteligencia y todas las virtudes que hacen de usted una persona de bien. Por eso, a pesar de estar en épocas de "cambios", le pido que no cambie y siga siendo lo buena persona que es y que ha hecho que lo admire.