Hace unos días asistí a la celebración de los 70 años de matrimonio de mis padres: se dice rápido pero no son pocos. En esta época y en una sociedad de vínculos tan frágiles, una fidelidad de 70 años es claro ejemplo de que se puede ser fiel y feliz a pesar de las dificultades. Pienso que la explicación de cómo pudieron llegar se encuentra en un texto del libro del Eclesiástico que dice entre otras cosas: ¡Feliz el marido de una buena esposa, se duplicará el número de sus días! La bondad debe ser mutua para que se dupliquen los días de los dos. Mirando atrás se pueden ver los frutos de una vida vivida con profundos valores humanos y cristianos que se han transmitido a su familia y a muchas otras personas que los han tratado durante este tiempo. Esta fidelidad, de dos personas corrientes, nos recuerda a todos que podemos seguir su ejemplo para cumplir una misión que corresponde a todas las personas y que en el matrimonio tiene un papel fundamental: ser sal de la tierra y luz del mundo. Han sido sal, como pide Jesús a sus discípulos dando sabor cristiano, sentido cristiano, el aroma de Cristo al ambiente circundante. Han sido y siguen siendo luz, iluminando a los demás matrimonios, mostrando que es posible el amor vivido poniendo como base la comprensión, la paciencia, el respeto mutuo, el olvido de si mismos que hace que sea productivo y fecundo. Un matrimonio largo y fecundo que ha dado 13 hijos, 41 nietos y 28 bisnietos hasta estos días. Si han llegado hasta aquí, es porque se puede ser sal y luz, y porque el Señor quiere que todos recibamos esa luz, pero ¿cómo se puede? Teniendo presente, siempre presente, tres palabras que sugería el Papa Francisco: "Permiso, gracias y perdón", y para un cristiano, acudiendo sin cansarse a los medios que el Buen Pastor pone a nuestra disposición: los sacramentos.