Confieso que no lo conocí personalmente, pero a través de sus textos pude formarme una idea de la magnitud de su conocimiento y de la agudeza con que abordó las distintas temáticas de la literatura argentina. Sí conozco como colega, y como profesor que me formó en la UNR, a su hijo Martín, y vislumbro en ambos un ímpetu intelectual que abre los senderos en los intrincados anaqueles de nuestra literatura. Imagino, al escribir estas líneas, un cenáculo ecléctico entre tabaco, alcohol y café, donde Ismael y David Viñas, Ramón Alcalde, Adelaida Gigli y León Rozitchner, entre otros, conversan con el viejo Borges sobre el carácter épico del Martín Fierro, y en donde las agujas del reloj permanecen petrificadas, materializando "la eternidad del instante" que Borges anunciara en "El Sur". Allí, de repente, asoma Adolfo y en un sincero abrazo los invita a continuar con las discrepancias, exhibiéndoles un largo temario para debatir. Luego, David Viñas exclama: "Prieto pugna por sentirse intérprete de la disconformidad de los hombres nuevos como él, se enfrenta al magno representante de los valores vigentes y acatados" (Liberalis, Nº 31-32, enero-junio de 1955) y todos lo aplauden, incluido Borges, bajo un manto de camaradería.